CINISMO PURIFICADOR
La máquina del orgasmo infinito
En este libro sólo queda no ceder al discurso capitalista y no dejar de lado las cosas del amor, tal como lo dice Blinky (la silla de ruedas voladora) al Vargas Yosa, con i griega de por medio. Cito: «—Te amo —… Y nadie jamás te amará como yo, que he olido todos tus pedos desde que fuiste niño”.
Por Johanna Alejandra Aguilar Noguez
“—Todo es cultural. Nos han enseñado a comer por la boca pero podemos aprender a hacerlo por el culo”, dice Charles a Richard, jefe de oficina en el cuento “Como un mono”, del libro La máquina del orgasmo infinito del escritor Julio Meza (Lima, 1981). Richard está convencido de que en esas palabras se gesta una revolución, quizá y si corre con suerte sea La Revolución con mayúsculas, esa, la esperada, la que promete la ruptura del sistema económico, el sueño de la igualdad.

La escritura del libro (novela corta o cuento largo, aún en discusión —porque el tamaño, sí importa—) presenta una estética vinculada a la posmodernidad, influida directamente por el lenguaje de la publicidad, pues en las historias encontramos frases tales como: “siempre a la vanguardia en tecnologías para el día a día”, “aguas sin fin, del origen y el bacín. Origin, las aguas para ti, delfín”. También podemos leer en voz de los personajes la repetición de una especie de mantras como: “A Dios no le gusta la discriminación”, “Soy protagonista de los grandes cambios de la historia”, “tú eres y serás siempre un soñador… serás siempre más soñador que los demás”.
Los personajes de los cuentos se muestran con sus improperios, sincronizaciones y excesos, de manera ufológica, es decir, creyéndose de un origen extraordinario, monstruosa, hablando de la monstruosidad en el sentido etimológico, de mostrarse sin límites, siendo la aparición de estos actos indicadores de la catástrofe.
En una suerte de naturaleza híbrida, la escritura nos presenta una banda sonora dividida en cuatro: melódica, incidental, gutural y anal. En la melódica leemos: “Parece una experiencia religiosa sentir tus amores que me tocan”, “Rómpele el dique/Rómpele el dique/Rompe/Rompe/Rómpele el dique”, “Mami/Mami/No era por ahí/ No era por ahí” o “Tengo un patito muy bonito”; en la incidental: “Zuá, zuá, zuá, zuácate, ¡zuaaaaa!”; “zucurú-zacara”, “Ric-ric, ric-ric, ¡CHU-CHAAA!; mientras en el gutural: “Grrr”; “¡¡¡Aaaahhhh!!!”; “Hmm-ahhh, hmm-ahhh; hmm-ahhh…” y en tanto en el anal: “Prr…rrrr…teee…”; “pppr…trrrr…zuaaaa…ttt…owoaa tt”, “Prrrrr”.
En el cuento final surge nuevamente la pregunta por el cuerpo, sus potencias, sus limitaciones y su política, pues la estructura del personaje principal discurre en pensamientos dirigidos a imaginar actuaciones que son parodia y evidencia de los mecanismos ordenadores, bien pensantes y moralizantes que disciplinan los cuerpos y determinan el correcto actuar en la calle, en la escuela pública, en los medios, en las instituciones, en el arte e incluso en la política y que además lo colocan desde un posicionamiento narcisista y lo vuelven espectacularidad, pero equilibrado y satisfecho, porque esto siempre se da a través del diseño de una marca, es decir, de una extrema conciencia en el armado de si, en la elaboración de un producto para las redes, sobre dimensionado cuidado, de pose, sin zozobras, sin faltas, con virtudes cuidadosamente seleccionadas para capitalizar y finalmente vender, venderse.
Los personajes de los cuentos se muestran con sus improperios, sincronizaciones y excesos, de manera ufológica, es decir, creyéndose de un origen extraordinario, monstruosa, hablando de la monstruosidad en el sentido etimológico, de mostrarse sin límites, siendo la aparición de estos actos indicadores de la catástrofe.
Johanna Aguilar
En las palabras del libro (no en todas), en la forma visual, en el plano accidental, se percibe una resistencia, un efecto de choque entre las posturas gestuales escriturales que determinan sus propios códigos visuales. Así se subraya cómo la forma guarda relación con la organización total del libro, dado que el efecto de choque y la posición humorística visibilizan los efectos de la represión, apuntando a la violencia de la sociedad civil y su autoral expresión. Además busca mediante la carcajada, tener una ruptura permanente respecto de la estabilización impuesta desde afuera.

El discurso capitalista aparece en los personajes individualistas diríamos autistas (si no fuéramos censurados por el manual diagnóstico y estadístico de «los trastornos mentales» ) impulsando discursos desde la positividad y la productividad, de esto que la función lingüística sea apelativa, formas de prédica, de consejo, de persuasión o imperativa: Ámate, quiérete, valórate, jugando así con su economía de datos y marketing por la vía de la auto-exposición y el imperativo de la felicidad, esa felicidad que se produce y se consume, que involucra una industria y hasta índices de planeta feliz.
Sólo queda no ceder al discurso capitalista y no dejar de lado las cosas del amor, tal como lo dice Blinky (la silla de ruedas voladora) al Vargas Yosa, con i griega de por medio. Cito: «—Te amo —… Y nadie jamás te amará como yo, que he olido todos tus pedos desde que fuiste niño”.
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Johanna Aguilar es psicoanalista, maestra y escritora. Actualmente vive en Guadalajara, Jalisco.