REPORTE CÍNICO
Una falla técnica histórica en la FIL de Guadalajara
Se ha terminado la conferencia, y uno de los maduritos asistentes que desde el inicio reconoció al maltrecho político y que lo saluda con conchuda familiaridad le dice: “¡Qué te pasó, Porfirio, así no estabas el año pasado!”. Sumido en su silla de ruedas, tan flaco que parece que el traje se lo ha prestado Clavillazo, Porfirio le contesta: “nada más estoy cansado, porque ya voy a cumplir noventa años”. El dinosaurio quiere seguir dando coletazos.
Por Roberto Estrada

“No escucho nada. ¿Usted escucha algo? Dígales que le suban el volumen”. Tales comentarios a media conferencia de la presentación de un libro en la FIL de Guadalajara y en primera fila que me hacía un anciano en silla de ruedas a un lado mío y frente a la bocina, francamente me parecían nefastos e impertinentes. Lo mire muy de reojo y le murmuré cualquier cosa para darle por su lado y evitar en lo posible que nos lloviera la andanada de “¡sshhh!, ¡cállense!”, que parecía inevitable.
Luego se dirigiría al encargado de la consola de audio para quejarse directamente de algo que obviamente era culpa de su incompetencia auditiva, aunque él lo atribuía a una falla técnica. El empleado dijo que no le estaba permitido aumentar demasiado el volumen, y el viejo terco quería saber quién osaba imponer tal restricción.
En eso estaban y como él había entrado tarde al evento y lo instalaron con sus rueditas junto a mí, me parecía doblemente molesta su actitud, así que estaba a punto de ser yo mismo quien le dijera que los que no estamos sordos queríamos apreciar la conferencia, cuando alguien atrás de mí soltó un «¡es don Porfirio!», y entonces la incomodidad quedó medianamente apagada en la sala.
Obviamente lo primero que me vino a la mente es que era algún vejete cascarrabias conocido de cualquier otro senil asistente –en eso no me equivoqué–, y quizá de cierta alcurnia intelectualoide, así que volteé a verlo más que nada por curiosidad. Pero oh sorpresa, a mi lado encontré al mismísimo Porfirio Muñoz Ledo, algo así como la viviente encarnación del diablo que ha sobrevivido a tantas batallas políticas, cambios de regímenes y decepciones electorales. Un espécimen dinosáurico que logró adaptarse a la colisión del meteorito contra este territorio confuso, jodido y salvaje llamado México.
Muy ad hoc que tal personaje asistiera a la presentación de un libro llamado Rabia. Crónicas contra el cinismo en América Latina. Este libro hace un recorrido por nuestra América, a través de la mirada de ocho periodistas de sendos países, quienes realizaron crónicas que retratan las entrañas de sus sociedades, y las fisuras de pobreza, corrupción y crimen que las atraviesan y desgarran.
Editado por los también periodistas Javier Lafuente y Eliezer Budasoff, estos textos buscaron ser no sólo una radiografía de los conflictos, desamparo y miseria personal e institucional que rige la vida de quienes habitamos América Latina y que con los años lejos de resolverse se han agravado, sino que pretenden evidenciar los puntos de quiebre que abatan el hartazgo y la indolencia ya cínica que medra entre nosotros.
Y como si lo invocaran se nos apareció un cínico en silla de ruedas. No está de más decir que como su impertinencia continuó aunque con menos ímpetu, más de alguna vez tuve que repetirle las frases pegadoras que los ponentes soltaban y lo dejaban en ascuas frente al demás público.
Pero, ¿quién es Porfirio Muñoz Ledo? Hoy se presenta como una de las voces que cuestionan el gobierno de López Obrador, y no sin justa razón, porque al final de cuentas hay que estar ciego para no ver el estercolero en que el presidente y su corte han convertido su administración pública y su manejo político. El rey Midas pero con caca, para que se entienda.
¿Pero acaso no fue Muñoz Ledo uno de los que ayudó a AMLO en su lucha electoral? Le entregó la banda presidencial en su posesión del cargo y estuvo cercano a él hasta que digamos, mostró el cobre. Pero da la casualidad de que ese cobre ya estaba desde antes ahí lleno de óxido y manchas, pero los políticos como Porfirio se encargaron de darle un barniz democrático y liberal. Es decir, una lustrada barata para que pasara por monedita de oro. Una inversión que como con todos los presidentes, en cuanto sus réditos bajan los aplaudidores de ayer se retiran y se convierten en los incisivos críticos de hoy. Así, nuestro afamado Porfirio ha deambulado por el PRI, el PRD, y no hace mucho, por MORENA.
La inteligencia y la gran capacidad política de Porfirio no están en tela de juicio, ni por un momento. Lo que se señala es –hay que reconocerlo– el culto al cinismo de este personaje de la vieja escuela que logra retorcerse y adaptarse a los cambios de partido y sexenio, y lavarse las manos para salir airoso y respetable hasta que los achaques de la edad y seguramente los excesos de alcohol lo alcancen. Y es notorio que lo han alcanzado.
Es así que las crónicas de Rabia, que dice Eliezer Budasoff, “nos unen por el espanto”, sirven para no olvidar a esos cínicos que cambiando de disfraz permanecen entre nosotros, pese a que las grietas y las venas de América Latina que siguen abiertas y desgarrándose cada vez más.
Se ha terminado la conferencia, y uno de los maduritos asistentes que desde el inicio reconoció al maltrecho político y que lo saluda con conchuda familiaridad le dice: “¡Qué te pasó, Porfirio, así no estabas el año pasado!”. Sumido en su silla de ruedas, tan flaco que parece que el traje se lo ha prestado Clavillazo, Porfirio le contesta: “nada más estoy cansado, porque ya voy a cumplir noventa años”. El dinosaurio quiere seguir dando coletazos.
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