CINISMO DE CLASE MEDIA

El showman con modales

Si bien se puede criticar que el grueso de los chistes de Polo Polo tenía remates pésimos, era un genio para contar historias, tenía timing y una manera amena de platicar sus «cuentos», como el tío más dicharachero de la familia al contar una de sus anécdotas.

Por Sergio Hidalgo

Se peló Polo Polo. Confieso que yo fui uno de esos millones de niños de clase media que lo veía con repulsión. En esto tuvo que ver la campaña masiva de madres de familia, incluida la mía, que decían que ese era humor vulgar, para gente sin modales ni educación.

Aun así, Polo Polo era omnipresente, faltaba darse una vuelta por un tianguis popular del todavía Distrito Federal para encontrar copias de alguno de los muchos volúmenes de «Solo Para Adultos». Fue hasta la universidad cuando, por sorpresa, descubrí que Polo Polo era un elemento que unía a clasemedieros de la Ciudad de México, Jalisco, Ciudad Juárez, Michoacán, Nuevo León y Tijuana.

En las reuniones que teníamos en casa de algún compañero, a cierta hora, generalmente cuando ya no quedaba ni una sola compañera, alguien tenía un golpe de nostalgia y, junto con canciones de José José y jaiboles, ponía alguno de los muchos chistes de Polo Polo. Así conocí al caballo verde, el vampiro fronterizo, el león de melena negra, el hombre nuevo, y tuve ganas de conocer el aeropuerto de Barajas.

Y es que, ese Dolemite mexa, logró unir a personas de orígenes diversos, que solo tenían en común el cariño por una serie de historias cómicas que eran prohibidas, mal vistas por las figuras de autoridad de los ochenta, verdaderamente disruptivas incluso transgresor, en un panorama en el que el humor comercial era representado por programas tan insulsos como Mi secretaria, Nosotros los Gómez o Papá Soltero.

En un momento en que el humor nacional para las masas estaba estancado, Polo Polo surgió de una manera un tanto contradictoria y con apenas publicidad, como un aglutinador de sectores sociales que encontraron en sus chistes una razón para reír, en medio de olas de criminalidad, devaluaciones y sismos.

Lo más destacable de su carrera es que fue un cómico que forjó su carrera fuera de los medios masivos, los que normalmente son la fuente de fama del resto de humoristas. Leopoldo hizo muy pocas películas y entró a la televisión, hasta mucho después de consolidar su carrera como un showman de centro nocturno.

Si bien se puede criticar que el grueso de sus chistes tenía remates pésimos, era un genio para contar historias, tenía timing y una manera amena de platicar sus «cuentos», como el tío más dicharachero de la familia al contar una de sus anécdotas.

Sin duda, millones de mexicanos, sobre todo los que te atrapan cuando te cuentan una historia, a la que aderezan elementos para que «amarre» le deben mucho a Polo Polo, del que aprendieron cómo entretener a su audiencia, a pesar de que, en el fondo, sus historias fueran más comunes que extraordinarias.

Él mismo se describía como un niño poco chistoso, que terminó siendo el mejor a la hora de contar historias: «Yo no era de esos niños vaciladores. De niño era serio. Era tranquilo, pero no me gustaba estudiar. En la escuela ni echaba desmadre ni nada. Nunca fui el más popular del salón».

Un día decidió probar suerte como cantante de un café, como un hobby después de salir de la zapatería de su familia y se dio cuenta que tenía facilidad para improvisar, deformar canciones y hacer comentarios ocurrentes y graciosos.

Como él mismo dijo, fue un churro, no estaba planeando. Fuera del escenario ni siquiera era mal hablado, pero cuando comenzaba a pensar la manera correcta de decir un chiste se daba cuenta de que muchos necesitaban groserías para ser contundentes.

Lo curioso es que, desde sus inicios, su rutina era muy similar. Contaba chistes increíblemente largos, que normalmente tenían un remate sencillo. Lo interesante de sus chistes es que, justo lo que más agradaba a su audiencia, era todo el relato previo antes de llegar al remate.

Al escucharlo uno pensaría que detrás de sus chistes había mucho trabajo de escritura, pero él mismo contaba que lo que tenían sus chistes era «trabajo de imaginación». No los escribía, solo iba añadiendo cosas al momento. Por eso, a pesar de contar el mismo chiste, casi nunca los contaba igual. «Me imagino cosas, creo cosas en el momento y siempre es arriba del escenario. Nunca me he sentado a escribir. Nunca. A lo mejor llevo una hoja con el orden de lo que voy a contar, pero nada más para tener un orden», señaló.

Justo por esto, fue muy triste conocer su final. Desde hace varios años Polo Polo padecía Demencia Vascular, una enfermedad que afecta la memoria, el lenguaje y provoca dificultad para prestar atención y capacidad reducida para organizar pensamientos. Toda una tragedia para un hombre que en sus shows presumía su memoria, no solo con sus chistes, sino también con el segmento en el que afirmaba conocer todas las canciones de la historia y se ponía a prueba cantando fragmentos de las rolas que pedía el público, desde los éxitos del momento hasta oscuras melodías de agrupaciones de otras partes del mundo.

En mi caso, no en pocas ocasiones, generalmente de manera inconsciente, le he robado su estilo al maestro Polo, no en balde, hace tan solo un mes, mientras contaba una anécdota, alguien me dijo con cierta malicia: «eres el hijo de Polo Polo», lo cual, para mí, fue todo un orgullo.

C

Sergio Hidalgo fue asiduo caminante del ágora, hasta que la vida le enseñó que lo verdaderamente importante es dormir. Cree, sin pedantería, que uno se puede reír de todo y de todos.