Sábado de un campeón sin corona
Por Francisco Valenzuela
Un hombre nunca debe reconocer cuando pierde con los puños y siempre habrá de contar que ganó, sobretodo cuando se lo cuenta a un hijo.

El sábado fui a visitar a mis padres, me recibieron como siempre: con buena comida. Saben bien que un hijo soltero y con treinta años encima sólo come porquerías y siempre preferirá gastar en alcohol, cigarros y putas.
Antes de comer, mi padre husmeó en mis cosas y halló el libro El club de la pelea, de Chuck Palahniuk. Le dije que en él está basada la película con el mismo nombre y me contestó que sí, que ya la había visto y que le había parecido bastante mediocre.
Luego me contó que cuando trabajaba en el Distrito Federal sus compañeros tenían un club de pelea, que todos los viernes se ponían los guantes para retarse por ganar algo de dinero.
Una tarde, un tal Rodríguez retó a mi padre, pero éste se negó. Luego, el jefe de todos le recomendó a mi padre aceptar, ya que Rodríguez en realidad era un fanfarrón.
Mi padre se puso los guantes, le hizo un par de fintas a Rodríguez y acto seguido conectó un gancho al hígado que lo derrumbó.
Eso cuenta mi padre, es que un hombre nunca debe reconocer cuando pierde con los puños y siempre habrá de contar que ganó, sobretodo cuando se lo cuenta a un hijo.
Mientras comíamos, encendimos la televisión, y en el Canal 22 había una película mexicana de la Época de Oro. David Silva es “El Kid”, boxeador correoso que sueña con vivir al lado de una mujer mala y ambiciosa, lástima, quien de verdad lo ama es una hembra invidente interpretada por la joven y bella Silvia Pinal.
“El Kid”, le promete a la ciega que en cuanto sea campeón tendrá lana para que la operen y vuela a ver, luego sabremos que perdió la vista al caer de un carrusel en la feria…(WTF!).
En una pelea, “El Kid» recibe una golpiza que lo deja al borde de la ceguera (¡Dios es tan cruel…!), así que el médico le recomienda retirarse de por vida. Pero el hombre no hace caso y sube al ring para ser campeón y curar a quien finalmente será su amada.
Después se hizo noche y mis padres me dieron de cenar. Los padres saben que sus hijos no cenan, que sólo beben, fuman y se drogan. Los padres, muchos de ellos, son unos santos.
Por la noche, mis padres también me invitaron a ver el box en su habitación. Abner Mares peleaba contra un sujeto de Huetamo, lo supe porque todos los comentaristas lo repetían hasta el cansancio:
—Vaya golpe que soltó el de Huetamo—, decía uno.
—El de Huetamo no le rehuye al cuerpo a cuerpo cara a cara—, ladraba otro.
—Este round definitivamente lo ha ganado el de Huetamo—, otro más.
Mi madre me preguntó a quien le iba y le dije que al de Huetamo. Mi madre me apoyó y dijo que también le iba al de Huetamo. Las madres —algunas de ellas—, siempre apoyan a sus hijos, aunque estos le apuesten a un desconocido. Al final, ganó el de Huetamo.
Hace tres días que no veo a mis padres, y seguro pasará un buen tiempo más. En tanto, seguiré comiendo mierda y fumando porro.
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Francisco Valenzuela es periodista cultural, editor de la revista Revés, además de colaborador de El Deforma.