CINEMÁTICA (NO ES UNA CRÍTICA DE CINE)
Una obra y una manifestación
El impacto de Melancolía en la autora de esta nota fue tal, que la llevó a escribir una crítica y un poema. Ambas se reencuentran aquí para recordar ese filme polémico del danés Lars von Trier, estrenada en 2011.
Por Daniela Dávila
Un fragmento de Ésa visible oscuridad, de William Styron, me ha servido para detallar, como un puente descriptivo innegable, la estremecedora sacudida emocional que Melancolía representa a través de su viaje audiovisual: “Eres tú, vertido en el exterior, eres tú y tu tristeza inmensa coloreándolo todo, pudriéndolo todo, viéndolo con tu ojo insano”. Son formas, colores, exposiciones prolongadas impactantes, hermosas, dolorosas y zurcidas a mano con el preludio de la ópera Tristan un Isolda, de Wagner.
Hablar de la trama es proporcional a la complejidad de lo que se ve y se siente a través de la pantalla. Dos situaciones plasmadas paralelamente —la fatalidad—: un planeta que irrefutablemente nos matará y la caótica vida de una de sus pequeñísimas habitantes. Ambas situaciones, sin aparente relación, pero entrelazadas por una premisa básica de la teoría que se nos aplica a los sistemas; interdependientes, interrelacionados y, a la vez, autónomos. El universo entonces con una función en símil —curiosa y paradójicamente— con nuestra maquinaria individual —cuerpo, mente y alma— y la comparación llevada de lo general a lo particular de cómo, cada nimio incidente, persona, o cosa se transforma en un sentimiento, una sensación, una reacción.
La primera parte un firme escarceo con la intimidad de aquella mujer desesperada y vacía; encarnación de la frustración y la profunda tristeza. La segunda, la inminente aproximación del fin, del sufrimiento incontrolable y extrínseco, fuera del alcance de cualquier solución.
La oportunidad de la reflexión ante un infinito parlante sin voz o la propia voz que nunca se calla, ambas demoníacas y temidas. Ni el silencio ni la palabrería. ¡Cuán duras pueden resultar las dos! Y las dos: espejismos de la realidad que azota.
Melancolía, como una obra y una manifestación, es simplemente cada letra de su nombre, más profundo que su propio significado, la vibración lastimosa del espíritu, cuando la vida ya no lo es más.
Breve Melancolía *
I
Melancolía transita lentamente el universo.
Lo cruza, lo corta
y lo hace crujir
como a un lago recién descubierto
(cubo de hielo despedazado)
Altiva, Melancolía no mira atrás.
Lleva un paso firme
ante el infinito que sucumbe
y llora estalactitas de estrellas:
el último cielo decantado.
Silencio y estruendo;
La paradoja del tiempo al ser fin.
Ni los átomos son átomos o polvo;
Melancolía es el centro del espacio vacío
e impera donde ya nada hay;
se erige portentosa cuando
nadie sabe decirla, ni verla, ni ser gobernado por su inmensidad,
pero la inmensidad es Nada, en Melancolía.
El Todo donde la vida ya no es más.
II
Ella soy yo
a través del filtro hostil del alma,
que desgarra y oprime
y perfora como lanza invisible.
Soy yo, ella: Melancolía.
Tentáculos que sostienen a los ojos y al cuerpo.
Esquirlas que sostienen la voz y la rompen
y se enredan por cada partícula
hasta volverla petróleo ahogado
que ni bramido es.
Melancolía, indescifrable y mía;
en las manos de los muertos
y en las tuyas también.
En los hilos de las piernas
que se convierten en madera
y astillan al que las toca.
Melancolía metamórfica:
Escalpelo sangrante y bálsamo de la propia herida.
Ansiosa.
Avista la caída que el abismo nuestra
para caer a galope
en la ávida búsqueda de luz.
©
* Poema publicado en la plaquette “Estampida”, 2014. Ed. VersoDestierro

Daniela Dávila, es poeta, locutora y la única cínica que escribe sobre cine en Toluca.