REPORTE CÍNICO
Carta para el más grande poeta que haya conocido
A días de la muerte de Leonard Cohen (anunciada de manera oficial la noche del jueves 10 de noviembre, aunque se ha dado a conocer por fuentes extra oficiales que fue el lunes 7 de noviembre), el autor de este texto sigue divagando por desoladas y frías calles de la ciudad típica de Metepec, en el Valle de Toluca, pues no hay vaso en mano, ni cigarro entre los dedos que lo consuele. Sus ojos húmedos ven la belleza del Nevado de Toluca, mientras se pregunta si está sintiendo lo mismo antes y después de la muerte del más grande poeta que haya conocido el periodista.
Por Félix Morriña
Ya me había dolido sobremanera la muerte de David Bowie y la de Prince, pero la Leonard Cohen vino a destruir por completo mi vida emocional y amorosa. Es que como siempre, no hay nadie a lado cuando llega esa huesuda maldita.
Estaba redactando mi último paquete informativo el jueves pasado, cuando la acostumbrada alarma del celular sonó para notificarme el deceso del más grande poeta que haya conocido: Leonard Cohen.
Quedé estupefacto, impávido, mudo. No pude llorar en la inmediatez. Hice mi mejor esfuerzo para terminar con mis obligaciones laborales. Salí a las calles y todo estaba desolado. No había gente en las calles. Era como si todos hubieran sabido de la muerte de Leonard. Se respiraba luto.
Entraron varias llamadas para solicitarme algún comentario en torno a la obra del maestro Cohen. Las solicitudes se hicieron presentes también en las redes sociales. Hice lo que pude. Ante todo recalqué que la mayor enseñanza que nos ha dado, que nos deja el admirador de García Lorca, es que somos afortunados de vivir el tiempo que nos corresponde y que lo más importante es ser mejores con uno mismo, para de esta forma ser mejores con los demás. Pareciera sencillo, pero no lo es.
Al igual que David Bowie, Cohen se anticipó a su muerte y alcanzó a despedirse de todos nosotros con su último disco “You Want It Darker” (salido al mercado el 21 de octubre). En la letra de la canción que da nombre a esta hostia plateada, el canta autor delimitaba su partida: “Si eres tú quien reparte las cartas, yo estoy fuera del juego/ Si tú eres el que cura, eso significa que estoy maltrecho y cojo/ Si tuya es la gloria, entonces mía debe ser la deshonra./ Quieres más oscuridad,/ apagamos la llama./ Magnificada, sacrificada, sé tu nombre sagrado./ Denigrado, crucificado, en el armazón humano./ Un millón de velas encendidas por la ayuda que nunca vino./ Quieres más oscuridad./ Aquí estoy, aquí estoy (hineni, hineni, es hebreo y significa ‘Aquí estoy’)/ Estoy listo, mi Señor”.
¿Soy mejor ser humano tras conocer la obra de Leonard Cohen? ¡Sí, definitivamente! ¡Gracias profesor por enseñarme a bailar hasta el fin del amor! A diario recordaré que llevo copia fiel de tu magnífica obra poética-musical en todo mi ser, y que debo usarla para pregonar la fuerza de tus bellas, combativas y amorosas palabras.
Llevaré versos tuyos en mis desgastados bolsillos para leerlos cada vez que enfurezca y maldiga estar vivo, cada vez que sienta que el amor propio me abandona. Cada vez que piense que no debo poner en otras manos la felicidad propia.
Jóvenes universitarios me preguntaron cómo llegué a tu música, les dije que gracias a mis tutores de infancia y en específico a un momento de extrema depresión de mi madre, una noche que lloraba amargamente por razones que nunca he sabido, pero mi padre es el motivo. De fondo estaba la canción «So Long, Marianne», desde ese momento supe que debía leer sobre este poeta canadiense, que llegó con la Musa Euterpe siendo ya todo un vate.
¿Soy mejor ser humano tras conocer la obra de Leonard Cohen? ¡Sí, definitivamente! ¡Gracias profesor por enseñarme a bailar hasta el fin del amor! A diario recordaré que llevo copia fiel de tu magnífica obra poética-musical en todo mi ser, y que debo usarla para pregonar la fuerza de tus bellas, combativas y amorosas palabras.
Al final de la década de los años 80 y todos los años 90, la música de Leonard Cohen reapareció en mi vida en un momento de formación universitaria. Para entonces ya sabía de su legado, pero el séptimo arte vino a reafirmar mi fijación en el poeta judío-canadiense.
Su música fue parte de las bandas sonoras de películas de gran calibre de cineastas de la talla de Werner Herzog (Fata Morgana), Robert Altman (McCabe and Mrs. Miller y A Wedding), Rainer Werner Fassbinder (Beware of a Holy Whore y Fox and His Friends), Nanni Moretti (Caro diario), Atom Egoyan (Exótica, en la que canta “Everybody Knows”, mientras una bailarina vestida de colegiala me deja erotizado de por vida); Cédric Klapisch (Le Péril Jeune), Olivier Assayas (L’eau Froide) y Oliver Stone (Natural Born Killers, donde las piezas “Waiting for the Miracle”, “Anthem” y “The Future” hacen que la violenta película sea grata a la vista y oído). Por supuesto no puede faltar Lars von Trier (Breaking the Waves) y Julian Schnabel (Basquiat, en la que se utiliza la sentida obra maestra “Hallelujah”). Son muchas más películas en las que aparece la poesía y música de Leonard Cohen, pero es bueno decirles a mis queridos lectores que las que vayan encontrando las compartan.
También me preguntaron qué pensaba sobre el Premio Nobel de Literatura, que se lo merecía más Leonard Cohen que el maestro Bob Dylan, yo simplemente dije que quienes entregan el premio tiene sus propios intereses y que así como Cohen lo merecía, hay muchos más vivos que lo merecen y que lo desean. A Leonard Cohen no le importaba tanto el Nobel e incluso festejó que se lo dieran a Dylan.
Cuando me cuestionaron sobre cuál es el mejor disco de Leonard Cohen, les dije a los universitarios que tratándose de un poeta con 82 años de edad, se pueden hacer muchos discos merecedores de un tratamiento por época, por generaciones, por tiempos, ¡qué sé yo! No hay disco de Leonard Cohen que no tenga maravillas y que nos enseñe algo.
Una de las preguntas que me hicieron en un conocido bar de Metepec fue si me atrevería a cantar una obra de Leonard Cohen, gracias a que tengo voz para ello, les expresé mi agradecimiento pero nadie cantará como Cohen y menos este dandy pero punk. Bueno, tal vez si me lo pide en el lecho mi adorada “París-Londres” lo haría, pero como anda ausente, en el limbo, no creo que eso suceda.
Finalmente, gracias Leonard Cohen por permitirme usar tu inigualable obra para conquistar féminas que desconocían tu arte. Gracias por permitirme enseñarles el arte y poder de la palabra, escrita o cantada, escondida en cada poesía tuya. Gracias por hacerme mejor ser humano. Gracias por recordarme que sé rezar. Lo mejor de mí, se lo he compartido a las mujeres que se atrevieron a estar, a vivir, a sufrir conmigo. Amor, gloria, esperanza, fe, corazón, palabra y pensamiento. ¡Yo también estoy listo mi Señor! ¡Llévame contigo! ¡En tus manos encomiendo mi espíritu! ©
*Versión cínica de la columna Silencios Estereofónicos de Félix Morriña, publicada en el diario Impulso.

Félix Morriña es periodista y promotor cultural. Columnista en Impulso, Semanario Punto y Revista Ágora.