LOS DEMASIADOS CUENTOS

En el puente de tierra de Urameo

Han pasado ya 18 años y hasta la fecha nadie sabe quién es el padre de la hija de la aguacatera. Varios son los sospechosos, pero si el pueblo en algo coincide es que todo empezó en el puente de tierra.

Por Francisco Valenzuela

Han pasado ya 18 años y hasta la fecha nadie sabe quién es el padre de la hija de la aguacatera. Varios son los sospechosos, pero si el pueblo en algo coincide es que todo empezó en el puente de tierra, ese camino que conecta a Urameo con Pico Bajo y que de tierra ya no tiene nada, porque hace cuatro meses que el nuevo presidente municipal lo cubrió con pavimento. Sobre esa antigua vereda, varios de nosotros jugábamos cruentas batallas entre el jochal lanzándonos todo tipo de proyectiles, principalmente chinchirrinas, piedras y hasta fragmentos de chinapos. También fue ahí donde me puse mi primera borrachera, por culpa de Omar, otro chilango que venía de vacaciones  cada verano.

Volviendo al asunto de Purita, que es como se llama la hija de la aguacatera, uno de los primeros chismes, que casi todos creyeron en un principio, apunta a que en una tarde como cualquier otra (en Urameo cualquier tarde es como cualquier otra), la comerciante acordó verse bajo el único roble del puente de tierra con Fallos, el tendero de la plaza, que para esas fechas acababa de regresar de Chicago y andaba con ganas de fiesta.

La cita se dio en la noche, pues la falta de luz convertía aquello en un camino peligroso, arriesgado, poco transitable. O sea, un lugar solitario. Doña Soledad, quien fue la artífice de esta versión, aseguraba que mientras iba a comprar carbón escuchó ciertos jadeos y eso llamó su atención. Caminó con cautela, pues imaginaba que alguien estaba herido y necesitaría de su ayuda. Pero no, lo único que vio fue un sombrero, un pantalón, dos zapatos y un vestido viejo sobre el piso. “Ese sombrero es de don Fallos”, concluyó rápidamente, y no hacía falta investigar lo del vestido, porque éste cubría una mediana canasta de aguacates.

Dicen que doña Soledad no podía con el secreto y por eso se lo confesó al padre, acusándose de pervertida, de presenciar obscenidades. Se supone que la calidad de intermediario celestial obligaría al cura a cerrar el pico, pero él tampoco pudo contenerse y se lo confió a Tondos, el campanero de la parroquia, y que Tondos a su vez le dijo a su esposa para que ésta corriera la voz con doña Panchita la del molino, y entonces sí, ya nada se pudo hacer, porque cuando algo se dice en el molino de Urameo el resto de la gente lo sabe inmediatamente. Quién sabe por qué, pero la esposa de Fallos ni se inmutó, ahí andaba como si nada, con su misma cara inexpresiva que uno se encontraba cuando le compraba frutas o verduras.

Con todos esos antecedentes, hoy me tiene sin cuidado que a mi hijo lo anden acusando de merendarse a la Purita. Lo mismo pueden sospechar de Bryan, el hijo de Rosalío, o del mariguano ese de Romano, el de la feria. En Urameo todos los hombres son bien calientes y todas las mujeres bien putas.

Pero luego se filtró otra versión. Mi tía Tere, que es bien chismosa (en Urameo todas las mujeres son bien chismosas), salió con que en realidad el papá de Purita era don Luis, ¡el juez del pueblo!, ¡el esposo de Soledad! “Para mí que él es el papá de la criatura, Conchita”, le dijo a mi mamá cuando ambas descansaban en su clase de tejido. La teoría era tan simple como reveladora: esa noche era la primera vez que don Luis no llegaba temprano, y don Luis nunca llegaba tarde porque el juzgado cerraba a las 6, y al señor no se le conocía afición por el billar o cualquier otro de los pocos entretenimientos del pueblo. Angustiada, su esposa salió a recorrer algunos rincones y entonces que lo cacha en el puente de tierra; “esa corbata es de mi marido”, concluyó rápidamente, y no hacía falta investigar lo del vestido porque… etc.

La cosa era no perder la honra, así que luego de una acalorada discusión (que mi tía Tere asegura conocer con detalle), la pareja acordó perdonarse: ella a él por infiel, y él a ella por metiche. Pero como a doña Soledad se le cocían las habas por contarle a alguien, fue que acudió con el cura y sólo cambió al personaje masculino, según mi tía Tere en venganza por viejas deudas con las huertas familiares.

Que ni Fallos ni don Luis, dijo Alvarita, la cuarentona cotorra de la caseta telefónica. Ese trabajo le ha permitido por años enterarse de conversaciones supuestamente privadas, que intercepta con tan sólo levantar otra bocina, siempre y cuando no haya más clientes que los mocosos jugando a las maquinitas; esos se alejan del mundo y pasan todo desapercibido. Bueno, pues Alvarita escuchó cuando Domitila la carnicera habló con su hijo que vive en Texas. “Ajá Lalo, tu papá está bien, ajá, sí, ¿cómo?, ahh, el que anda todo azorrillado es tu padrino, ¿qué?, ah, que el que anda todo azorrillado es tu padrino, porque lo cacharon con la aguacatera, sí Lalo, para que le vayas buscando lugar porque de seguro ya se va, ajá, ¿cómo?”

El padrino de Lalo también se llama Lalo, pero se le conoce en Urameo como Leoba el fontanero. Según la conversación que escuchó Alvarita, Leoba fue a revisar una fuga de agua que salía de algún lugar del puente de tierra cuando vio que la aguacatera estaba haciendo de sus necesidades bajo el único roble que hay por ahí. Entonces no tuvo contemplaciones y se le echó encima, quitándole de un jalón el viejo vestido y amenazándola con matarla si gritaba. Resignada, la aguacatera cooperó y sólo soltaba un gemidillo de vez en cuando. “Uy Lalo, me contó tu prima Chenta que cuando vio la herramienta sobre el piso luego luego pensó: ‘esa es de Leoba’, y no hacía falta investigar lo del vestido porque… Lalo, Lalo, no te oigo hijo, bueno…”

Con todos esos antecedentes, hoy me tiene sin cuidado que a mi hijo lo anden acusando de merendarse a la Purita. Lo mismo pueden sospechar de Bryan, el hijo de Rosalío, o del mariguano ese de Romano, el de la feria. En Urameo todos los hombres son bien calientes y todas las mujeres bien putas.

Bueno, casi todas, porque Alvarita sigue sin varón, hasta la fecha. ©

Francisco Valenzuela
El ingobernable Valenzuela.

Francisco Valenzuela es periodista cultural, editor de la revista Revés, además de crítico de cine de El Deforma, le hace también al Stand Up. Es una buena persona, pero le duele el codo.

@FValenzuelaM