LOS DEMASIADOS CUENTOS
¿Quieres hacer el amor?
Se desató una batalla campal de dos fieras nada domesticadas. La sensación del condón de tela resultó gratamente sorpresiva y ella lo disfrutó en todo momento, incluso cuando la arrastré por la caoba, impidiendo sus pretensiones de recuperar la caguama del refrigerador.
La casa de Hortensia era incómoda, olía extraño y su hermano estaba por ahí, metiendo las narices donde no le incumbía.
―Deberías mandarlo a las maquinitas ―sugerí.
Encima apareció Lucy, una hembra felina con ese ronroneo que tanto me asusta. Mientras la chica iba por una cocacola, aproveché para darle un puntapié en su enorme panza
―¿Qué le haces a Lucy?
―Hortensia, no quiero ofenderte, pero toda tu casa es incómoda.
Abandoné la sala, abrí la puerta, encendí la motocicleta y amenacé con largarme, pero ella ya salía con un curioso saco que le quedaba chico.
―Voy contigo.
―¿A dónde?
―A donde quieras.
Ya en mi casa, donde el aroma es suave como la noche misma, encendí el televisor, me recosté en el sofá y dejé que ella tomara la iniciativa. Era primavera, hacía un calor diabólico que sin embargo no la animó a despojarse de su ridícula chaqueta.
―¿No tienes calor, cariño?
―Tengo frío, ¿me abrazas?
―¿Qué no ves? Estoy mirando las noticias.
Le importó un demonio; se abalanzó sobre mí: yo quedé boca arriba, con mis labios cerca de su cuello y ella con los ojos de frente a la pantalla de 21 pulgadas. Me animé a darle unos besos, luego metí los dedos en su ombligo, luego exploré su trasero con mi palma y comprobé que con dos cuartas era más que suficiente para tentar toda el área. Entonces entré a su espalda y desabroché el brasiere, lo que la puso en señal de alerta.
―Ya te dije que mañana, hoy debo regresar temprano a casa.
―Entonces vete de una buena vez y déjame ver la televisión.
Obedeció un tanto contrariada, tomó las llaves de la motocicleta y movió la cabeza como en señal de que la regresara al hogar, donde ya la esperaban la gata Lucy y su pequeño hermano.
―Coge un taxi, aquí a dos cuadras pasan bien seguido.
Entró a mi cocina y hurtó unos pesos. Salió de la casa y prometió regresar al siguiente día.
Dos minutos después tocaron a la puerta. Yo seguía en el sofá, sin zapatos. Volvieron a tocar y le llamé del celular.
Le importó un demonio; se abalanzó sobre mí: yo quedé boca arriba, con mis labios cerca de su cuello y ella con los ojos de frente a la pantalla de 21 pulgadas. Me animé a darle unos besos, luego metí los dedos en su ombligo, luego exploré su trasero con mi palma y comprobé que con dos cuartas era más que suficiente para tentar toda el área. Entonces entré a su espalda y desabroché el brasiere, lo que la puso en señal de alerta.
―Hortensia, si lo deseas ahora mismo te pido un taxi desde el teléfono, pero por favor no me hagas levantarme. Y ya te dije que me molesta que toques tan fuerte.
―Amor, estoy en la esquina esperando el taxi.
Colgué de inmediato. Un tercer golpeteo me hizo reaccionar.
―¿Quién es? ¿Qué quiere? ―grité con valor.
Cuando abrí la puerta ella estaba ahí, con una caguama en la mano y un ridículo cubrebocas azul cielo.
―!Qué sorpresa, Frida! ¿A qué se debe este honor?
Pasó sin pedir permiso y enseguida reclamó.
―¿Con quién estabas? Aquí huele a mujer.
―¿Por qué traes esa cosa en la boca?
―¿En qué mundo vives, Javier? Te traje uno para que tú también estés protegido.
―Ni de broma. Mejor deberías preocuparte por cubrirte el coño cada que te revuelcas con desconocidos, golfa. Eso sí que te va a causar una infección.
Dio un trago directo al botellón y escupió el líquido. Casi moja mi sofá.
―Esta madre ya se calentó. La pondré un rato en el refri.
Frida, cuya estatura le permite entrar en casi cualquier rincón, se recostó a mi lado y encendió un cigarrillo.
―Te he dicho hasta el cansancio que en esta casa no se fuma. Además, cómo piensas hacerlo con ese trapo en tu hocico.
El mejor matrimonio es el formado por una mujer ciega y un hombre sordo; pero en este caso los papeles estaban invertidos. Desobedeció mis instrucciones y encendió su Delicado. Mientras el presidente algo decía en el noticiero, ella fumaba, sacaba una delgada capa de humo y se volvía a colocar el esparadrapo.
―Dicen que la pandemia ya está aquí, en Michoacán. Tengo mucho miedo; hoy renuncié al trabajo, no quiero ningún contacto con desconocidos.
―Vaya… ¿al menos sabes lo que es una pandemia?
―Me llegó un correo, dicen que es pura mentira, pero más vale prevenir. Oye, ¿quieres hacer el amor?
―Está bien, ¿tú crees que puedas deshacerte de esa cosa y…
Frida no conoce imposibles. Puso los dedos sobre su nuca, reventó las ligas del trapo ese, luego lo succionó y aparentó tragárselo, pero enseguida, como si se tratara de un mago de circo, lo sacó hecho taco, bajó mi cierre, bajó mis calzones y lo colocó, suave y delicadamente, sobre mi mejor amigo, quien recibía así un hermoso abrigo de regalo.
Se desató una batalla campal de dos fieras nada domesticadas. La sensación del condón de tela resultó gratamente sorpresiva y ella lo disfrutó en todo momento, incluso cuando la arrastré por la caoba, impidiendo sus pretensiones de recuperar la caguama del refrigerador.
Al terminar la salvajada me quise ver caballero; mis dedos se posaron sobre sus mejillas, luego, con ese amor inmenso que de pronto me provoca, recorrí la orilla de sus orejas y finalmente le obsequié un delicado masaje en su cuero capilar. La miré directo a los ojos y mis labios se aproximaron a los suyos, a esa carne rosa, a ese camino sembrado por los más bellos frutos de esta viña del Señor.
―¡¿Qué te pasa?! ―aulló con temor― Acuérdate que no se debe besar en la boca, ¿pues en qué mundo vives, Javier?
Cuando abandonó mi hogar quedé tirado en el sofá, esta vez reflexivo.
Las putas, lo había olvidado, tienen prohibido besar en la boca. ©

Francisco Valenzuela es periodista cultural, editor de la revista Revés, además de crítico de cine de El Deforma, le hace también al Stand Up. Es una buena persona, pero le duele el codo.@FValenzuelaM