DANDYS Y CÍNICOS
Lav Diaz y su canción de cuna de ocho horas
Casi se acaba el 2017 y José Antonio Monterrosas Figueiras recuerda el filme más largo que vio en este año: una película de ocho horas del filipino Lav Diaz, admirado por el programador del FICUNAM, el argentino Roger Koza, quien exhortó a este cínico a mirar: «Usted me dirá que se requiere de paciencia, dada la duración. Es posible».
Por José Antonio Monterrosas Figueiras

No había tenido tiempo para escribir algunas líneas sobre la película más larga que vi en este año 2017 que hoy termina. Una historia del mamado cineasta filipino Lav Díaz, con un extenso y tierno título: Canción de cuna para el misterio trágico (Filipinas-Singapur, 2016). Fueron ocho horas de estar sentado en una butaca rodeado por otros compañeros periodistas y críticos de cine, para mirar en la pantalla la visión —en blanco y negro— de Lavrente Indico Díaz, su nombre real de tan venerado cineasta, sobre la Revolución en Filipinas, en el año de 1896.
Ocho horas que hubiera podido usar para ver algunos ocho capítulos de la serie animada de Bojack Horseman en Netflix o para roncar a pierna suelta en mi cama, pero no, como soy un profesional, fui a ver la película del buen Lav, un sábado a las once de la mañana —la cruda de la fiesta del viernes me hace los mandados, ¿cómo no?— en la apreciada Cineteca Nacional.
Recuerdo que en la función para prensa nos regalaron dos pausas de diez minutos, entre la tercera y sexta hora. Sonia Riquer, conductora del programa de radio Gente de cine, quien le fascinó esta cinta, me comentó al terminar el laaargometraje que en la Berlinale, a la cual asiste cada año —envidia me da—, sólo se hizo una pausa. Es decir, que esta era la segunda vez que la veía. Lav Diaz, sin embargo, prefiere que no haya descansos durante su gran obra fílmica. Supongo que tiene razón, lo que pasa es que no ha probado los tacos de canasta, ni las gelatinas que están afuera de Cineteca Nacional, acá en la Ciudad de México.
Canción de cuna para el misterio trágico formó parte de la edición número 37 del Foro Internacional de Cineteca Nacional, el cual lo conforma quince películas «con narrativas poco convencionales». Ésta me hizo recordar la polémica extra-fílmica que tuve a principios de este año, que ya se nos fue, con el programador del Festival Internacional de Cine de la Universidad Nacional Autónoma de México (FICUNAM), quien me exhortaba —muy decentemente— a mirar los filmes de Lav Diaz. Recuerdo que Roger Koza además de definirme como “un cínico de la posmodernidad” por escribir una nota según él “restricitiva” sobre el FICUNAM, me exhortaba —desde la superioridad moral de los que viajan a festivales tan relevantes como el de Locarno, en Suiza— que viera filmes de este hombre filipino: “hágame caso”, explicaba el señor Koza en su texto, “si es que vio alguno anterior” —ya sabemos que estas películas son sólo para ficufanes en Italia, Alemania y México, y yo no parezco uno de ellos—: “éste tiene encuadres precisos, su progresión dramática es admirable y no resulta una película difícil de seguir. Usted me dirá que se requiere de paciencia, dada la duración. Es posible”, así lo advirtió el crítico que suele sacudirse las narices durante la Crítica Permanente del festival de cine de la UNAM, cuando reflexiona frente a sus seguidores.
Sin embargo, si la memoria no falla, el señor Koza se refería a “The Woman Who Left», otra película de Lav, del mismo año, el 2016, y que dura 226 minutos, es decir, un poco más de cuatro horas. La que vi yo, como ya comenté, dura el doble o más, es decir, 488 minutos, ocho horas para redondear y ahora recuerdo que le respondí que recientemente había visto de ese cineasta Norte, el fin de la historia, de 2013, y que «salvo el tremendo regaderazo que vemos caer sobre un auto quemándose, en la cuarta hora del filme, que según intenta ser una lluvia que cae del cielo, la película es interesante, pero no sé si volvería a verla», que además no era cuestión de paciencia sino cuestión de tiempo porque: “hay vida afuera de la sala de cine, señor Koza”, sumé en mi respuesta.
Ocho horas que hubiera podido usar para ver algunos ocho capítulos de la serie animada de Bojack Horseman en Netflix o para roncar a pierna suelta en mi cama, pero no, como soy un profesional, fui a ver la película del buen Lav, un sábado a las once de la mañana —la cruda de la fiesta del viernes me hace los mandados, ¿cómo no?— en la apreciada Cineteca Nacional.
Lo mejor de todo es que después de esta película de ocho horas, la Cineteca me invitó a hablar de esta Cuna… Ahi traté de expresar algunas cosas coherentes frente a la cámara, no sé si logré decir algo sustancial, pero traje de memoria una frase que escuché en ese delirio fílmico que me gustó: “la libertad de Filipinas requiere de un gran sermón”. Es que eso es esta película: un gran sermón, tal vez una épica y también un delirio, pues creo que toda revolución es en sí misma una espiral de extravíos y Filipinas vive al final de cuentas una gran mentira, que es la búsqueda permanente de saber quién se es y no encontrar una respuesta contundente, para alimentarse de mitos y leyendas que ayuden a sobrellevar esta pregunta sin respuesta específica.
Así que el director nos recetó una película de ocho horas, con una foto de buenos encuadres y una narrativa fluida —retomando las ideas de don Koza—, para comprender ese momento de la historia del país de Lav. Sí, creo que esta película te sumerge en la pesadilla de un zona del mundo lastimada sin remedio. «Respira por la herida», diría el poeta, así como lo hace México. Ambos países, curiosamente, lucharon por independizarse de España.
Podría agradecerle al señor Koza su invitación a ver el cine de Lav Díaz y bueno, de hecho le agradezco por su sugerencia. Sin embargo, no sé si la volvería a ver la historia sumergida en el año de 1896, con próceres de la Revolución filipina tales como Andrés Procopio, Juan Crisostomo, José Rizal, entre otros. A veces las cosas llegan de una manera misteriosa, como en algún momento se escucha en la película, y que dicho sea de paso, sí le quitaba unas tres horas.
Jorge Ayala Blanco, ese enciclopédico crítico de cine escribió una frase en su libro fundacional La aventura del cine mexicano —que cumple 50 años de haberlo publicado el próximo octubre del 2018—, una idea bastante sencilla pero con mucha razón: “la revolución es también una herida, un recuerdo doloroso que ninguna amnesia balsámica o determinada oficialmente podría apaciguar”, yo agregaría que tampoco un filme de Lav Díaz —incluso de ocho horas— o cualquier otra película.
Nos vemos en el siguiente filme de Lav de cuarenta horas, tal vez, y feliz fin de año 2017.

José Antonio Monterrosas Figueiras es editor cínico en Los Cínicos y periodista replicante en Replicante y al revés en Revés.