DANDYS Y CÍNICOS

Jamás una computadora podrá sustituir al libro

Como cada año, el 23 de abril, se celebra «El Día del Libro» en el mundo. Sirva este festejo para compartir lo que significa, para el autor de este texto, qué es abrir y cerrar un libro. Hágalo usted mismo, incluso.

Por: José Antonio Monterrosas Figueiras

I. La aventura de abrir un libro

Desde Metepec, Estado de México

Abrí el libro y me dejé llevar. Una ciudad se inventa en la tinta de sus letras. Un paisaje que vive entre la niebla. Niebla que no es olvido, sino misterio. Se escuchan el pasar de las hojas. Caen las luces de faroles sobre las calles vacías, sólo un niño con su padre caminan sobre ellas. Un piano lento sigue los rincones de las páginas. Y sigo al personaje, voy tras él, soy casi un espía, un intruso de sus pensamientos. Imagino las aceras y el horizonte dentro de las líneas recostadas. Mi música me dice que acompañe la lectura con la luz de los tinteros. Recargo los pies hacia arriba, reconforta la voz del pensamiento. La luna roja de pasión nocturna y el libro abierto bañado de luz de una lámpara de madera. Y algunas palabras me nombran, otras me dicen y más me poseen. Las huellas del pasado son las arrugas del amor. El libro, liberado de sí mismo.

Abrí el libro y como perro lo olfateo. «El cementerio de los libros olvidados» lo conservaba en sus anaqueles. Lo elegí como te elige una mujer: por atracción cósmica. Por un deseo íntimo de celebrar la vida. Olfateo el libro abierto como una flor roja en una mañana fría. Jamás una computadora podrá sustituir al libro. El libro tiene olor, emite recuerdos, el ordenador no. El marinero se exilia del mar porque lo puede oler, el hombre puede imaginar porque el libro es un barco viejo y húmedo. El marinero es el lector y el libro su barco, las letras su mar secreto. Abro el libro cada vez que lo cierro. Aspiro su polvillo, me contagio de sus aventuras, me pongo a navegar a medio día o entre tinieblas y extraño que me extrañen. El libro que abro La sombra del viento: “En mis sueños de colegial siempre seríamos dos fugitivos cabalgando a lomos de un libro, dispuestos a escaparse a través de mundos de ficción y de sueños de segunda mano.” Cierro el libro, es tu perfume el que me lleva a ti.

Abrí el libro que me encontró. Los libros nos encuentran, como los ojos que te miran, como la voz entre la niebla, como las sombras que tiemblan con el viento o con el fuego de las velas. Sueño que las letras escriben mi existencia. Vivo dentro del laberinto escrito e infinito. Abro el libro de arena que no tiene principio tampoco fin. El libro que me lleva a abrir otras puertas. Sostengo un pedazo de una voz guardada en su caja de madera y busco la llave en otros cuentos. La tengo cuando el libro abierto me encuentra. Lo tomo, lo huelo, lo miro, lo leo. Cierro el libro descubierto como el nevado de Toluca a lo lejos. Lo abro al tiempo. Las voces se multiplican en el silencio de los hombres. Los hombres marchan, las letras también. El libro, el hombre revelado y rebelde, ante la prisa de los tiempos. Me oculto en la habitación, me oculto, mientras los grillos cantan, los perros ladran y el segundero se escucha palpitar cada vez más fuerte. Abro el libro que otros han cerrado.

La aventura de abrir un libro es la fortuna de nunca olvidarlo.

II. La aventura de cerrar un libro

Desde el puerto de Veracruz

Cerré el libro y me dispuse a escuchar los rugidos del mar que me esperan. Entonces me quedan algunos resquicios de esas ciudades que me habitan con inquietud, por fortuna, para no olvidarlas. Cerré la habitación 203 del hotel y la gran aventura vino de los ecos guardados en los muros y las esquinas que insisten en atraparme como el bochorno que viene y calienta la sangre. La gran aventura que es la voluntad de ser tripulante de ese barco bucanero que está, al mismo tiempo, contando su propia historia, lo que se vive y que otros también habitan, lo que se extraña y lo que se desea cuando se escuchan los cantos de las sirenas muy cerca. Ir al encuentro con las olas y escribir los pasos para llegar a esa historia única e irrepetible que se descubre en los detalles y los recuerdos. Palabra por palabra, letra por letra, nombre por nombre. Algunas de las cosas que contienen secretos que no se pueden atrapar de un bocado, pero sí en pequeñas dosis sublimes y auténticas que se conservan en voz alta frente a la mar o en voz interna que alumbra la última habitación del cuerpo. “Vivía de puertas adentro”. “Como un prisionero de lujo para sus libros y dentro de ellos.”

Cerré el libro y me dispuse a soñar. Abrí los ojos, sólo parpadeo, como los silencios de una sombra que se escucha en el golpeteo de las olas, de los capítulos, que conforman las piernas de un puerto viejo donde los ombligos son el centro del universo de mis pupilas rotas. El libro que ahora descansa se escribió lejos del lugar que el autor inventa. Yo en cambio estoy sintiendo las turbulentas aguas que marean mi cabeza, después de cerrar las puertas que rechinan lento. ¿Es eso soñar con la esperanza de que el tiempo también oculta sus manecillas y que ese segundero puede ser mejor un ramo de besos? Abro la libreta, de mis viajes náuticos, con olor del café de la mañana y la mancho con tinta roja. Viajo de un lado a otro. Sueño con su rostro, con su voz y los sitios donde conversé con ella, como un misterioso día nublado en el puerto de Veracruz que transpira en mi cuerpo, cuando camino, tras ella. Sueño.

Cerré el libro y me dispuse a navegar. Miré una puerta de cristal. El tipo del otro lado no era yo, sino un señor de lentes que bebía café y me miraba como si yo fuese su pasado. Toqué ese cristal creía que con eso la imagen se dispersaría hasta desaparecer. Me puse de pie y caminé. En el cristal alguien me seguía, trataba de imitarme, pero… ¿Acaso la vida no remeda a los espejos? En eso me quedé cuando la esquina detuvo a ese perseguidor que es cierto se parecía a mi. Entonces el libro que cerré lo abrí en la siguiente calle, había algo subrayado: “Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno lleva dentro.” Cerré el libro y caminé rumbo a los portales donde el mar por fin lo pude mirar. Me esperaba desde hace tiempo. Cerré el libro, ahora vivo en el reflejo de sus ojos. El libro que cerré: La sombra del viento quedaron en sus páginas algunos granitos de arena y los cabellos negros que subrayan algunas momentos que quiero leer en voz alta y si no es así que otros los quiten y ponga cabellos naranjas bajo la palabra «mesa» o «silencio», pero que sepan que alguien pasó por ahí, en otro tiempo, en otra época, en otra habitación.

Cerré el libro, otros lo pueden abrir.

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Los textos fueron publicados originalmente en el blog Cronotopo en abril de 2005. Aquí y acá.

José Antonio Monterrosas
Reportero Cínico y Repicante. Foto: Ingrid Concha.

José Antonio MonterrosasFigueiras es editor cínico en Los Cínicos, ha colaborado en algunas revistas de crítica cultural.

@jamonterrosas