CINISMO PESIMISTA
El artista anónimo y el cine de autor
Lo que más me sorprende de este cine de autor es el no regreso de la decisión tomada, ese compromiso con lo que se cree y lo que finalmente se termina haciendo. Dentro de esta vorágine en la cual, yo me siento siempre moralmente inferior, me tocó ver recientemente una película finlandesa: El artista anónimo, un largometraje que a mí, fiel espectadora del cine «raro y lento», me fascinó.
Por Julieta Lomelí Balver

Una de las cosas que más amo del cine de autor europeo, es cómo asumen el drama en sus films. Un drama que a diferencia de nuestro caluroso y escandaloso espíritu latino, parece ser más bien una tormenta interior, porque interpela al otro tan sólo con una severa mirada de desaprobación. Con un parpadeo lleno de decepción. Pero que como respuesta del propio yo, de aquel hombre o mujer que es el protagonista del drama, provoca para sí mismo una tormenta personal, silenciosa, que lo lleva a tomar decisiones contundentes.
Lo que más me sorprende de este cine de autor es el no regreso de la decisión tomada, ese compromiso con lo que se cree y lo que finalmente se termina haciendo. Dentro de esta vorágine en la cual, yo me siento siempre moralmente inferior, me tocó ver recientemente una película finlandesa: El artista anónimo, un largometraje que a mí, fiel espectadora del cine «raro y lento», me fascinó.
Un hombre octagenario, Olavi (Heikki Nousiainen), quien tiene una galería que ha mantenido por más de treinta años, dedicada a vender pinturas. Sí, obras de arte de un estilo muy clásico. De esas que aparecen en las grandes enciclopedias o catálogos. Obras de las cuales jamás escribiría Arthur Danto o Avelina Lésper. Así empieza la tragedia, en ese afán imposible de un hombre viejo que también ha envejecido junto a su gusto estético, luchando durante décadas por volver a colocar ese arte clásico en la inclinación de sus clientes. Sin embargo, parece fracasar.
El hombre está en la quiebra. Su templo es esa pequeña galería que guarda en su memoria pinturas del pasado, pinturas que al final no se han vendido. Muchos le aconsejan renovar su gusto a ese arte estridente, a esos malabares que venden más por el discurso y la curaduría que por la imagen misma, a lo que él se niega como un auténtico héroe griego, que a pesar de saber que esto lo conducirá al fracaso sigue su camino con valentía defendiendo hasta las últimas consecuencias económicas, el ideal más absurdo.
La trama da un vuelco. En realidad Olavi no sólo vive su tragedia con amor a la fatalidad, sino que también, mezcla en su espíritu una pizca de romanticismo. Él sabe que el destino le deparará un gran hallazgo. La gran obra que él está por descubrir: «el artista anónimo», a quien él le pondrá nombre y a causa de quien se volverá millonario. Las musas están de su lado, o más o menos, y él encuentra esa oportunidad que espero por décadas.
Siempre he pensado al cine de autor con aquella definición que Schopenhauer hacía sobre la literatura, como ese retrato «interior de toda la humanidad, de todos los millones de hombres pasados, presentes y futuros. Expresa lo que los hombres han sentido y sentirán en esas mismas situaciones que se repiten continuamente” .
Bajo ese tono meláncolico, la película es también un himno a ese gran arte que parece desaparecer desde el surgimiento de los «ismos». Es un largometraje lleno de nostalgia por ese pasado en el cual la pintura respetaba las simetrías y jugaba con la perspectiva. Es un homenaje a ese gran arte armónico que también quisiera, de manera idealista, encontrar una armonía no sólo gráfica sino también ética, en la cual curadores, galeristas y clientes jugarán sin trampas bajo el único imperativo moral de medir justamente aquel arte que se les muestra.
Sin embargo, en un mundo en descomposición que incluso toca los estratos donde reina el mayor idealismo, como el mundo del arte, la acérrima lucha entre vendedores snobs, compradores sin mucho juicio y un hombre de afanes renacentistas y de moral romántica, como el protagonista, dan la suma perfecta para siempre favorecer a quienes apuestan a las apariencias más que al amor y el conocimiento profundo.
Lo que sigue deben descrubirlo ustedes, porque no quiero violentar al espectador con más spoilers como muchos comentadores y críticos lo han hecho. Les recomiendo que corran a ver esta película que con un guión profundo e intelectual, que a veces se pierde más en silencios y ojos pesados de los protagonistas, nos deja una gran enseñanza existencial.
He llegado a concluir, que este cine de autor, generalmente apunta hacia esa mirada profunda de las aristas de la psiqué. El cine de autor siempre consigna consigo una teoría implícita de los afectos y la libertad. Es un cine psicológico que expresa lo que sentimos discretamente. Que devela eso que en la vergüenza de descubrirnos culpables de nuestros propios deseos y pecados más profundos, nos confesamos a nosotros mismos.
Siempre he pensado al cine de autor con aquella definición que Schopenhauer hacía sobre la literatura, como ese retrato «interior de toda la humanidad, de todos los millones de hombres pasados, presentes y futuros. Expresa lo que los hombres han sentido y sentirán en esas mismas situaciones que se repiten continuamente”.
Quizá el cine de autor es un poco así, más literatura que imagen, más reflexión que espectáculo. Quizá también por eso El artista anónimo, del director finlándes Klaus Härö, sí cumple con éxito dicha pretensión literaria en su película. Porque es también un tipo de propedéutica sobre las emociones. Una enseñanza existencial y ética sobre las pérdidas emocionales en aras de preferir el enriquecimiento material. Vayan a verla y no dejen de contarme qué les pareció.
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Julieta Lomelí Balver es estudiante en doctorado en Filosofía en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, escribe en el suplemento cultural Laberinto-Milenio la columna quincenal «Filosofía de altamar», colabora en Revista 360° y en Filosofía&Co-Herder. Ama la lectura y la cultura —también el cine de autor.