DANDYS Y CÍNICOS
Yo no sé mañana
Son alrededor de las cinco de la tarde, ahí también están reunidas personas que aplauden todo los chistoretes repetidos hasta el cansancio por Andrés Manuel López Obrador en la Mañanera, gente también que viene de comunidades lejanas, capitalinos de clase media empobrecida, vendedores de pasquines de izquierdas pedestres, personas también felices de ver a su líder.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras

Viajo en la línea azul del metro rumbo al Zócalo de la Ciudad de México. Voy escuchando el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador que comenzó minutos después de la cinco de la tarde. Mientras va enumerando cada una de las 78 promesas de cien cumplidas —eres un súperhombre Andrés Manuel o un gran mitómano— a siete meses de ser presidente constitucional y otros seis meses de gobierno de transición, el panorama dentro del vagón del metro es de personas apretujadas y con caras de desánimo, incluso durmiendo. Una estación antes del metro Zócalo, varios de esos rostros cansados bajan, parece que se dirigen al evento político musical en la plancha de la Constitución, para rememorar la victoria del candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) sucedido el 1 de julio de 2018. Yo decido continuar abordo y brincar la estación Zócalo, que el sonido del metro anuncia que no parará sino hasta la siguiente estación que es la de Allende.
Al salir del metro me dirijo hacia el Zócalo, la pila de mi celular está casi descargada, pero no impide que continúe escuchando el discurso de López Obrador en el que pareciera que nos dibuja un país en el que no hay corrupción, no hay violencia y todos nos damos abrazos —no balazos— desbordados de felicidad. Una cuadra antes de pisar la plancha del Zócalo un hombre con sombrero y barbas grises está parado con un letrero que dice: “Viva la 4T muera PRIvilegios”. El hombre viejo y de barbas grises está completamente solo, posa al ver que es fotografiado con mi celular, las calles están prácticamente solas, sin embargo se logra ver una multitud que al parecer escucha a su mesías, ya que no se alcanza comprender nada de lo que en en la radio de mi teléfono tampoco puedo oír, porque está apunto de apagarse. Así que logro capturar algunas imágenes poco relevantes. Mediocres.
Después de fotografiar a ese hombre de sombrero y barbas grises, me dirijo a la multitud —no es la misma que recuerdo se reunió la noche del 1 de julio de 2018 y mucha más bien parecen pertenecer a grupos traídos por el partido que llevó al poder a López Obrador, como un grupo de morenistas que venían desde Puebla. Las gorras con el símbolo de la Ciudad de México se nota en algunos sitios —gorras regaladas por el gobierno capitalino— y más al fondo las banderas del Partido del Trabajo, puestas lo más arriba posible. La vendimia de tazas, peluches, llaveros, libros y videos del Peje no pueden faltar y los personajes con gorras a la Che Guevara y playeras tejidas —sobre todo en mujeres— están presentes. Los hay también aquellos grupos de hombres sombrerudos y camisas color rojo casi morado que caminan entre la muchedumbre mandando órdenes a sus rebaños morenos. Un señor chimuelo intenta capturar en una imagen a sus amigos expresando sin pensar: «¡Digan whisky» luego corregir —pues es muy mexicano— «¡Digan tequila!». Por ahí también está una mujer de labios hinchados, rostro deformado y cabellos rojizos quien se toma fotos con algunos de sus fanáticos, es la señora ex priista, ex petista, ex perredista, ahora morenista y alcaldesa de Álvaro Obregón llamada Layda Sansores. No le tomo fotos porque mi celular ya está muerto.
Son alrededor de las cinco de la tarde, ahí también están reunidas personas que aplauden todo los chistoretes repetidos hasta el cansancio por Andrés Manuel López Obrador en la Mañanera, gente también que viene de comunidades lejanas, capitalinos de clase media empobrecida, vendedores de pasquines de izquierdas pedestres, personas también felices de ver a su líder. Un fenómeno que es difícil describir. Pueblo pobre, gobierno pobre, discurso triunfal, jolgorio musical con Horacio Franco que toca melodías de músicos europeos de manera fluida y magistral. Pero la gente, tengo la impresión, no entiende nada aunque cree entender todo.
Al salir del metro me dirijo hacia el Zócalo, la pila de mi celular está casi descargada, pero no impide que continúe escuchando el discurso de López Obrador en el que pareciera que nos dibuja un país en el que no hay corrupción, no hay violencia y todos nos damos abrazos —no balazos— desbordados de felicidad.
Me percato, eso sí, que entre más lejos se ponga uno del presidente mejor se puede escuchar. El discurso de Andrés Manuel López Obrador es triunfalista, la realidad no y mis amigas cubanas, venezolanas y bolivianas que viven en México, no me traen buenas noticias de sus países, puros heraldos negros. Si bien en un tiempo tanto Evo Morales, Hugo Chávez y Fidel Castro causaron la euforia que ahora produce Andrés Manuel López Obrador en México, al tiempo ellas mismas ven que esta Cuarta Transformación es lo mismo que vivieron en sus países hace años, de los cuales ahora están exiliadas —o les urge salir— luchando por tener una estabilidad económica en un país como México que está, como dijo el presidente de México, en su discurso del 1 de diciembre, cuando le pusieron la banda presidencial: retrogradando. Es decir: “Ir hacia atrás, retroceder” o “dicho de un planeta: Retroceder aparentemente en su órbita, visto desde la Tierra”. Y así lo dijo el todavía alegre presidente de México en su discurso de toma de posesión, el 1 de diciembre, mismo que repitió, sin ese verbo, la tarde de este 1 de julio de 2019.
Aquí ese recuerdo del 1 de diciembre de 2018: “Por eso aplicaremos rápido, muy rápido, los cambios políticos y sociales para que si en el futuro nuestros adversarios, que no nuestros enemigos, nos vencen, les cueste mucho trabajo dar marcha atrás a lo que ya habremos de conseguir. Como dirían los liberales del siglo XIX, los liberales mexicanos, que no sea fácil retrogradar” y continua: ”Pero también dejo en claro que bajo ninguna circunstancia habré de reelegirme, por el contrario, me someteré a la revocación del mandato porque deseo que el pueblo siempre tenga las riendas del poder en sus manos. En dos años y medio habrá una consulta y se les preguntará a los ciudadanos si quieren que el presidente de la República se mantenga en el cargo o que pida licencia, porque el pueblo pone y el pueblo quita, y es el único soberano al que debo sumisión y obediencia».
Y en contraste a eso, transcribí en mi Facebook la siguiente frase que se encuentra en la antepenúltima página del libro de Luis González de Alba, con el sugerente nombre de: AMLO: la construcción de un liderazgo fascinante, publicada originalmente el 12 de junio de 2006: “La alta proporción de votos que suman las dos versiones del PRI ahora existentes, la de Madrazo y la de López Obrador, expresan que la mitad de los electores mexicanos todavía padecen lo que un título de Erich Fromm llamó “miedo a la libertad”. Una buena parte de la población tiene nostalgia por una presidencia fuerte, basada en la compra clientelar de voluntades, y busca refugio en un Presidente-padre al que se le perdonan severidades o excesos porque promete dádivas”. Retrogradando, no nos confundamos. Trova y circo para el pueblo.
Y yo me pregunto, al calor de la celebración: ¿Retrogradando por un pasaje oscuro para un futuro mejor o directos a un conservadurismo verdadero de cuarta retrogradación? Ya lo cantó Luis Enrique: “Yo no sé mañana, si estaremos juntos, si se acaba el mundo, yo no sé si soy para ti, si serás para mí, si lleguemos amarnos o a odiarnos, yo no sé mañana, yo no sé mañana quién va estar aquí”.
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José Antonio MonterrosasFigueiras es editor cínico en Los Cínicos, ha colaborado en algunas revistas de crítica cultural.