A VECES ME DESPRECIO
En canciones de resabiosa saliva
Leonard Cohen me ha enseñado a entender y comprender que la vida, como ese amor maduro que se da y agradece al momento, se vive con la intensidad de una última vez. Nunca se sabe con el amor maduro cuándo estará y cuándo no, porque su valía radica en vivir cada momento como si fuera el resto de su existencia.
Por Félix Morriña
A Santa Isabel, la que toda mujer debe traer consigo

Esta columna está acompañada de la voz poética de un ente incomparable dentro de la cultura universal contemporánea llamado Leonard Cohen, el maestro judío canadiense ya fenecido, compositor de decenas de canciones melancólicas que marcaron un antes y después en la poesía musicalizada hecha melodía. Un cantante sin parangón, con esa paciencia de paciente que te lleva a la oración interna tras los repetitivos rezos.
Cohen nos enseña la sabiduría detrás del espejo, nos guía por el majestuoso mundo de la seducción a través del peso del verso, la saliva hecha palabra y ésta en canciones, para volver al ciclo que Mahatma Gandhi expresara sobre el viaje al interior de uno mismo, para luego entonces, reconocerse en el otro, en el ser amado.
Es por eso que hoy contemplo toda la abundancia que me rodea y parafraseo, repito, las enseñanzas de Gandhi de cuando manifestó que los pensamientos generan palabras y éstas acciones. Entonces las acciones generan hábitos, los hábitos generan carácter y el carácter engendra el destino. Ése que te lleva a la búsqueda continua del “Yo interno y externo”, sólo para lograr conocer nuestros alcances y limitaciones conforme pasa el tiempo.
Hay un disco especial tributo a Leonard Cohen, hecho por grandes músicos, fieles seguidores conocedores de la obra y aportación musical al mundo del artista nacido en Montreal, Canadá, en 1934 y fallecido a los 82 años en Los Ángeles, California, Estados Unidos, en 2016. El discazo en cuestión se llama I’m Your Fan (1991), una clara referencia a la canción “I’m Your Man”, uno de los más grandes éxitos comerciales de Cohen.
En el álbum I’m Your Fan se pueden escuchar las reinterpretaciones de obras maestras, como «I Can’t Forget”, cantada por Pixies; la hermosa “So Long Marianne”, una pieza folck para mujer madura alimentándose de lo mejor que haya a su alcance, es interpretada por los finos y bonérrimos James.
Hay tres canciones más que me hacen ser feliz y muy agradecido con lo vivido hasta ahora, con todo lo que falta por vivir, ser y estar. No hay que dejar escapar oportunidad alguna, no hay vuelta atrás, y tal vez sea El último tren a Londres o El último tango en París, pero antes “First We Take Manhattan”, “Tower of Song” y “Hallelujah” de Leonard Cohen, cantados por REM, Nick Cave and The Bad Seeds y el maestrísimo John Cale (de la banda Velvet Underground), respectivamente.
Cohen nos enseña la sabiduría detrás del espejo, nos guía por el majestuoso mundo de la seducción a través del peso del verso, la saliva hecha palabra y ésta en canciones.
Leonard Cohen me ha enseñado a entender y comprender que la vida, como ese amor maduro que se da y agradece al momento, se vive con la intensidad de una última vez. Nunca se sabe con el amor maduro cuándo estará y cuándo no, porque su valía radica en vivir cada momento como si fuera el resto de su existencia. Sin embargo, lo revive la añoranza, el reconocimiento, la dedicación y el respeto con la que proceden ambas partes.
“… Dance me to the children who are asking to be born/ Dance me through the curtains/ That our kisses have outworn/ Raise a tent of shelter now/ Although every thead is torn/ Dance me the end of love… Llévame bailando hasta los niños que piden nacer./ Llévame bailando tras las cortinas/ que nuestros besos han desgastado./ Levanta una tienda de campaña como refugio,/ aunque cada hilo esté desgarrado./ Llévame bailando hasta el fin del amor…”, canta Cohen en “Dance Me To The End of Love”.
Después de escuchar esa canción, en la versión del propio autor, imaginé disfrutar de las flores en esplendor, ver sus tonos, su hermosura. Esas flores alcanzaron el arte de la belleza gracias a la paciencia. El tiempo las hizo así, supieron esperar, y explotaron en colores; es hasta entonces, cuando debemos emplear su magia para sanar. Debe uno aprender a esperar ver florecer a una mujer, tener “serenidad y paciencia”, diría otrora gallardo caballero de blanca figura con turbante.
En momentos en los que cuesta mucho convencernos de pasar lo mejor que podamos el resto del tiempo que nos toca estar sobre la faz de la tierra, preciso decir: lo mejor que se debe hacer es disfrutar a plenitud cada instante, cada día y agradecerlo todo, porque nada seguro tendremos sobre eso que llaman futuro, y el pasado, ha pasado y por él nada qué hacer. En el presente hagamos pausas para contemplarnos, darnos gusto, reconocernos, alimentarnos, cuidarnos y amarnos.

Recuerdo enseñanzas primigenias en la que la vida era ese camino largo y sinuoso que llevaba a la sabiduría tras la experiencia de haber vivido al máximo cada momento. Recuerdo también sabios consejos en los que el mejor regalo de la vida era lograr conocerse a sí mismo, abriendo el libro sagrado de la sabiduría y en lugar de encontrar páginas con milenarios versículos insuperables para la escritura humana, encontrábamos un espejo en el que lo veíamos todo.
Esta entrega está dedicada a la mujer de ropajes reales con fortaleza milenaria, a esa fémina misericorde y altiva, paciente como belicosa; bondadosa, pero férrea administradora; madura dama de hierro con voz angelical; pero sobre todo, mujer exitosa, ejemplo a seguir como Santa Isabel, aquella justa eclesiástica reina defendiendo su legado a ultranza, dejando atrás una larga estela de lo que carece de vida.
Te invito a que vivas hoy la vida desde mis ojos, tus ojos, porque hoy la saliva que genera la sabia sílaba de la poesía hecha canción de Leonard Cohen, me recuerda que debemos dar amor y gratitud siempre y de manera constante. Gracias Leonard por ayudar a este interlocutor a ver lo incomprensible de los misterios de la existencia humana a través de una mujer reina, como pocas.
©

Félix Morriña es periodista y promotor ex etílico-neo canábico cultural. Columnista en Impulso, Semanario Punto y Revista Ágora. “Este oficio sí es para cínicos”, podría ser el título de su libro de crónicas culturales.