DANDYS Y CÍNICOS

Cómo cruzar el sexenio, sin mancharse el plumaje

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador se podría resumir a una palabra: Calderofobia, el odio al ex presidente Felipe Calderón Hinojosa. Y muchos de sus seguidores, de fe ciega al presidente, están llenos del mismo odio, lo cual se entiende, se comprende, por los niveles de violencia que hubo en ese sexenio, pero no por parte del presidente actual. A casi cuatro años ya no basta con odiar a Calderón.

Por José Antonio Monterrosas Figueiras

«Kakafantasmas», Doc Renxö.

En los casi cuatro años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, éste se podría resumir en algunas cuantas palabras, pero hay una fundamental, esa palabra es: Calderofobia. Sí, el odio al ex presidente Felipe Calderón. Muchos de los seguidores -de lealtad ciega al tabasqueño- están llenos del mismo odio, lo cual se entiende, se comprende, hay muchas cosas por las cuales se le puede odiar al ex presidedente, pero ese odio no debiera ser dirigido por AMLO, quien cada vez que alguien critica su ejercicio del poder, saca del bolsillo de su pantalón en turno a su villano favorito: Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. La ironía es que en su intento por contrastar con el que dijo que: «le robó la presidencia» en 2006, cada día que pasa de su sexenio se parece más a ese que, por cierto, desde su púlpito matutino, apodó -con todo respeto-, como «el Comandante Borolas».

Así se puede leer en una nota de El Universal, del 24 de agosto de 2019, que: «En su conferencia de prensa mañanera en la 30 zona militar de esa ciudad, 24 horas después de que dijera que ya no culparía a las administraciones del pasado por los problemas del país, López Obrador llamó comandante Borolas a Calderón». Más allá de, cierto, los dotes de comediante de Andrés Manuel López Obrador, si nos ponemos serios hoy y mañana también, Felipe Calderón aparece en sus monólogos tempraneros. Aunque es verdad, sino es él puede ser el periodista Loret de Mola o el intelectual Enrique Krauze, quienes han criticado su gobierno -basta con leer el ensayo «El mesías tropical» publicado en 2006 en Letras Libres, escrito por Krauze, que sigue siendo muy actual, una fotografía al desnudo y de cuerpo entero del ahora presidente- o los reportajes de «Lord Montajes», donde Loret «desmonta» varios momentos de corrupción de la Cuarta Transformación, pasando por las casas de Manuel Bartlett hasta la casa gris del hijo del presidente, nunca, eso sí, se dicen cosas escandalosas de «el Chapo» en las mañaneras, a quien además le ha pedido disculpas el presidente por llamarlo así, pues él es Joaquín Loera Guzmán.

Mencionaré dos ejemplos secillos para comprobar que el odio a Calderón es efectivo para cruzar el pantano sexenal, sin mancharse el plumaje, pues como buen populista nuestro presidente debe alimentar a diario a su feligresía con algún odio calderonista, ¿Y Peña Nieto?, a él déjenlo en paz, no hay que tocarlo, pues ya sabemos que hay un pacto de no agresión porque él sí dejó que llegara al poder López Obrador.

No usen cubrebocas, pero si mueres Calderón es el culpable

AMLO no usó cubrebocas durante la primera parte de la pandemia, donde todo era incertidumbre y no había vacunas. No fue por un argumento lógico de salud pública, sino simplemente porque Calderón mandó a que se usara cuando fue la gripe aviar H1N1, en marzo de 2009. El presidente entonces envía un mensaje, a inicios de la emergencia sanitaria, en el 2020, de no usar cubrebocas pues aquí no pasa nada, así que abrácense a cabo que si hay muertes, es culpa del neoliberalismo y de Felipe Calderón, ¿no? Es obvio que no lo dijo así, pero es claro que si el presidente enferma al menos tiene varios doctores a su disposición las 24 horas en su palacio.

Lo que sí dijo, con una mueca burlona, en febrero del 2020 a una reportera, cuando iniciaba la pandemia y preguntó sobre la Covid en México fue lo siguiente: «No tenemos casos, afortunadamente no ha habido casos, que estamos actuando con mucha responsabilidad, que no vamos a cometer el error que se cometió en el gobierno. Se acuerdan que nos pusieron a todos [un tapabocas], no podíamos hablar. Eso no. Afortunadamente, repito, no tenemos problema y la fortaleza del virus, lo peligroso que es, no va acorde con todo lo que se ha manejado mundialmente» (La culpa es de nosotros presidente, texto de un servidor del 16 de febrero de 2021).

Abrazos, apesar de los balazos allá afuera de su palacio. Pax narca le llaman, por que ÉL, su «estrategia de seguridad» no cambiará un milímetro, así como Felipe Calderón no cambió cuando sacó a los militares de los cuarteles, pero ahora el ejército no sólo sigue afuera sino que tiene mayor presencia y poder en actividades civiles, ¿que no se ven? Denles tiempo, se verán, de hecho ya se ven aunque esté uniformada de blanco la Guardia Nacional, pero eso, ¿qué creen? Es culpa de Felipe Calderón.

JOSÉ ANTONIO MONTERROSAS FIGUEIRAS

Por supuesto, que aunque el presidente se negara a usar un franciscano tapabocas, es importante mantener segura su salud por el bien del país, pero de la misma forma es fundamental sostener un discurso que sea coherente con ello, pues no todos tienen el privilegio de contar con un seguro de salud para resolver emergencias, como las vividas en estos tiempos de la Covid, un cubrebocas a la mano, es muy probable sí tenerlo. El presidente tuvo todos los cuidados cuando enfermó y continúo promoviendo no proteger las vías respiratorias con una mascarilla.

El buen dictador con traje de beisbolista Vs. el mal dictador con traje militar

El comandante Fidel Castro «macaneando».

Otro ejemplo más próximo, muy simbólico, es que AMLO no ha usado un traje militar como lo hizo Felipe Calderón, cuando era presidente constitucional, por allá del 2007, esto según para rendir «tributo» a las fuerzas armadas, aunque seguro AMLO se muere por usarlo para verse como el dictador cubano, ya fallecido, Fidel Castro, pero lástima se le adelantó Calderón. Entonces el jefe del Estado y del gobierno mexicano usa uno de béisbol, así como lo usó Fidel cuando jugaba ese mismo deporte. Cuando las cosas se ponen complicadas en el país, como una respuesta no dicha al asesinato de dos sacerdotes jesuitas, Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, y un guía de turistas, Pedro Palma, en la sierra tarahumara, en Chihuahua, perpetrado por un delincuente vinculado además al Cártel de Sinaloa, Noriel Portillo Gill, «El Chueco», sucedido el 20 de junio de 2022, vayamos a macanear. (Ver la nota de revista Proceso: Asesinato de jesuitas en Cerocahui: entre la “sensación de orfandad” y reclamos al gobierno).

El día que sucedieron estos terribles acontecimientos, dentro de una iglesia, la presidencia de AMLO lanzó un video, donde se nota feliz el presidente, mientras juega béisbol. Las imágenes son apoteósicas, celestiales, un sueño hecho realidad. Andrés Manuel sonríe, la pasa bien, mientras el tema de los asesinatos de dos sacerdotes jesuitas va tomando mayor relevancia hasta llegar al Papa Francisco. Por si fuera poco, nos vamos enterando que esta triste noticia comenzó en un partido de béisbol. Así que AMLO frente a la indignación, béisbol.

Ya no basta con odiar a Calderón, ¿venganza o justicia?

«El comandante Borolas», como le dijo el presidente AMLO al expresidente Calderón, (con todo respeto).

Estos son dos ejemplos, hay muchos más, pero en gran medida a eso se resume el gobierno AMLO, a venganza más que a justicia. A que como «buen dictador», la gente aprenda, pues hay que aleccionar a los mexicanos. Eso les pasa por dejar que Felipe Calderón se sentara en la silla presidencial y no ÉL. Cómo olvidar aquella conferencia matutina del pasado 16 de febrero, cuando el presidente citó esa frase del político y escritor mexicano Francisco Bulnes (1847-1924): “El buen dictador es un animal tan raro que la nación que posee uno debe prolongarle no solo el poder sino la vida”.

De alguna forma Andrés Manuel López Obrador sigue plantado en el Zócalo como en el 2006, cuando «le robaron la presidencia», nomás que ahora el presidente constitucional es ÉL, porque en ese tiempo fue el presidente legítimo del pueblo, ¿lo recuerdan? No se olvida cuando en la Conveción Democrática de 2006 dijo: «No aceptamos el nepotismo, el influyentismo, el amiguismo, ninguna de esas lacras de la política», así lo podemos ver en el corto Día uno, de Joaquín del Paso, ahora conocido por su película El hoyo en la cerca. Con 30 millones de votos, en el 2018 llegó, al fin, a la presidencia, para ver cómo el país se hinca a sus pies e implora justicia, pero ÉL, en cambio, se va a macanear al parque de béisbol, ¿por qué, no? El presidente, entonces, sigue diciendo lo mismo, pero no ha cumplido con su palabra.

Abrazos, apesar de los balazos allá afuera de su palacio. Pax narca le llaman, por que ÉL, su «estrategia de seguridad» no cambiará un milímetro, así como Felipe Calderón no cambió cuando sacó a los militares de los cuarteles, pero ahora el ejército no sólo sigue afuera sino que tiene mayor presencia y poder en actividades civiles, ¿que no se ven? Denles tiempo, se verán, de hecho ya se ven aunque esté uniformada de blanco la Guardia Nacional, pero eso, ¿qué creen? Es culpa de Felipe Calderón.

Cortometraje documental que registra a los seguidores de Andrés Manuel López Obrador en la Convención Democrática Nacional en el Zócalo de Ciudad de México durante la contienda electoral del 2006 por la Presidencia de la República Mexicana.

Recuerda Raúl Trejo Delabre que : «Los homicidios dolosos en lo que va del gobierno de López Obrador ascienden a más de 124 mil 500. Hace varios días superaron a los 120 mil 400 que hubo en los seis años del gobierno de Felipe Calderón». En su columna del diario de La Crónica del 26 de junio, De los abrazos, a la impunidad, expresa que: «La cantinela de los abrazos en vez de los balazos no es más que expresión anecdótica de la impericia del gobierno. Esa frase constituye la negación de una política de seguridad. El monopolio de la violencia legítima es, quiérase o no, una responsabilidad del poder político. Si no garantiza la seguridad de sus ciudadanos, el Estado falla.

Nadie quiere un Estado violento, pero sí eficaz. Para enfrentar a la delincuencia no hacen falta desplantes autoritarios sino, simple y estrictamente, la aplicación de la ley. Y las leyes dicen que a los criminales es preciso perseguirlos, someterlos a juicio, castigarlos. Ese ABC de los deberes estatales tendría que ser evidente para todos. El gobierno actual se ha desentendido de tales obligaciones.

El presidente López Obrador disimula el cumplimiento de esas responsabilidades con una retórica escurridiza y demagógica. Después de tres años y medio a cargo del gobierno, echarle la culpa a sus antecesores por lo que él no ha querido o no ha podido hacer, se ha vuelto un recurso inoperante. Por mucho que despotrique una y otra vez contra Felipe Calderón, el presidente no logra encubrir sus propios errores. La impunidad de los delincuentes y la escalada criminal, son mayores hoy que en cualquiera de los gobiernos anteriores».

El presidente sin embargo continuará macaneando en el campo de bésibol y cada mañana seguirá repitiendo lo mismo: «yo no soy Felipe Calderón».

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José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.