DIONISIA
¿Y usted qué cree que hacen las feministas, señor presidente?
Las feministas observan una era entera de desigualdad social, donde no somos tratadas como personas ni como ciudadanas y hacemos nuestra revolución, puesto que ya no nos sentimos cómodas —si es que alguna vez nos sentimos— de ser las esclavas de nuestra época, entonces nos agrupamos en diversos frentes todos feministas y luchamos contra la esclavitud de nuestros cuerpos, derechos y de nuestra vida.
Por Denisse Buendía

Sobre las pintas al blanquísimo retrato de Francisco I. Madero, que antes de esta intervención pictórica feminista, nadie —salvo diez personas— sabíamos que existía —el retrato obvia, no Madero—, me llama mucho la atención posturas que he leído —hay como un millón ochenta y dos— y tomaré de pretexto una para escribir este comentario, la cual dice: “les faltó imaginación a las feministas al intervenir el retrato de Madero, pusieron símbolos muy básicos”.
Pensé: “¡Qué más imaginativo que el movimiento feminista tomando y coloreando instituciones que, por “extrañas” razones, han perdido su eje sustancial, que deberían acompañar los procesos de justicia de las nuevas categorías sociales: desaparecidos, huérfanos de feminicidio y narcotráfico, sobrevivientes de trata de personas, víctimas del trabajo sexual forzado, madres que buscan justicia para sus hijas violadas y/o asesinadas! ¿No pueden con la poética okupa en tiempos necropolíticos y quieren más elementos imaginativos, cuando no logran entender la diferencia entre legal y legítimo?”
Llamó profundamente mi atención, la declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador, del 8 de septiembre, que retomaré líneas más abajo, sobre el retrato de Madero en fondo rojo con naranja, con su barba recortada, su traje gris, sus ojos perfectamente delineados y su marco barroco y dorado como le corresponde a los retratos de los grandes hombres de la historia, intervenido en morado y rojos, dándole vida a su traje gris con flores en tonos morados y estrellas, con sus labios rojos que enmarcan aún más su barba bien cortada, sus párpados verdes y dos líneas rojas, como simulando la bandera de México en su rostro serio de libertador, es hermoso, ganó vida y estética, pero sobre todo, lo colocaron en un momento histórico, donde seguro, su corazoncito hecho polvo volvió a latir, pues si es verdad lo que nos han contado de Madero, él mismo donaría sus retratos para el quehacer de esta feminista revolución.
¿Pero por qué Madero es chido?, ¿por qué Madero sí y nosotras no? Es decir, Madero construyó todo su pensamiento personal en un ejercicio político, desde una brújula moral y ética y lo crean o no, su etapa como mandatario de nuestro país no fue toda amable, espiritista y pacificadora. Yo sé que ustedes alcanzan a ver las similitudes de los procesos libertadores de un país.
Ahora bien, sobre la intervención al ya famoso cuadro de Madero, se dice que el “conocimiento del arte” es un proceso cognitivo (en esa disciplina cada quién ejercite su lóbulo frontal, como les sea posible) puesto que, como ya lo dijo el poeta de los deshabitados, Javier Sicilia, alguna vez en septiembre del año pasado: «Toda poesía [todo el arte] deslocaliza el lenguaje unívoco del poder y devuelve los significados perdidos o degradados a una comunidad». Revista de la Universidad de México, «Poesía y zapatismo», Javier Sicilia, 15 de septiembre de 2019
El alma de transgredir una “verdad simbólica” es romper con el ruido que hace el balbuceo, ese galimatías que se repite cada día frente a la violencia en la que vivimos, los y las patriarcalizadas de la costilla a la cotidianidad, que se preocupan falsamente por los muros blancos o por intervenir retratos colonizados y blanqueados por la historia oficial. Se indignan y castigan a las transgresoras de ese acto contra… ¿qué, exactamente?, ¿tomar un edificio, intervenir un retrato?
Es tan ingenuo creer que les vamos a creer que su indignación es por las formas. De ser así, permítanme recordarles que en la historia de nuestro país y de América Latina, cada uno de los procesos fueron, por decirlo de algún modo, sanguinarios para alcanzar procesos de libertad y garantizar derechos básicos fundamentales.
Suena poco creíble entonces, que creamos que su indignación frente a las recientes manifestaciones feministas y de madres y familias de víctimas por violencia de género, sea por los muros con grafitis o por los monumentos intervenidos con aerosol con una Venus morada. Su indignación es un terror absoluto, porque el feminismo en todas sus dimensiones, lenguajes, lecturas y disciplinas sí, porque el feminismo se alimenta de la imaginación, de la ternura, de la academia, de los saberes ancestrales, de diagnósticos, de la intervención del espacio público, de la resignificación de lo que tan patriarcalmente llaman “simbólico”, de la poesía, de la empatía, del dolor que produce la rabia de saber que 34 niñas al día fueron violadas por algún familiar, en 2019, o leer diez nombres distintos en la nota de feminicidios al día y a esto agregarle la lista infinita de personas desaparecidas, por lo que me gustaría apostarle a que no es indignación, es miedo. Ese miedo mohoso que entra por las grietas a una casa, “la historia tomada” donde les vendieron el mito de que era suya la verdad, educados en la dueñidad —como lo ha dicho la antropóloga e intelectual feminista argentina Rita Segato— de desposeer, de violar, de asesinar, de colonizar, de conquistar. Pienso en la casa de Cortázar como la historia, tomada; pienso a los de alma patriarcalizada como los “habitantes” cómodos por sus privilegios históricos. Casi los escucho decir: “Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales), guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”.
Les gusta la casa como ésta, que cada habitante “sepa qué lugar le corresponde”, porque ustedes los «sanos» hijos del patriarcado creen que son los habitantes humanos de la casa, y recién se dan cuenta que son esos entes que la toman, que se adueñan, que despojan y destierran.
Saberse que fueron educados en la crueldad, educados para no sentir, para no soñar. Aquellos que no fueron educados para ejercer paternidad sino patriarcado (ahí cada quién elija el autor preferido para discutir nomás el término patriarcado). Debe ser complicado sentirse al descubierto, sino como ejecutor, sí como cómplices de manera inconsciente o heredada —que es bien triste, por cierto— como consecuencia de la normalización de las violencias y la herencia de los privilegios para unos y el castigo para otras.
Pensar que es una “venganza política al gobierno actual”, es decir a gritos y facebukasos, que no les importa la vida de nuestras niñas y mujeres, que son física, intelectual, política y activamente incapaces de sentir empatía por las otras, las que les arrancaron el corazón cuando encontraron a su hija de 7 años violada, con el rostro desfigurado, con la entraña hecha pedazos o la adolescente de quince años quemada viva, por un grupo de hombres después de violarla, o la novia de quien se cree el dueño de la casa y le arrancó el rostro.
Les aterra ver en sus pares su reflejo, saber que los suyos son capaces de asesinar con una crueldad indescriptible, pero sobre todo incomprensible. Y no, a las feministas no nos importa la venganza, nos importa la justicia, tenemos claro que la violencia estructural es una deuda de Estado, de sexenios y sexenios llenos de omisiones, de crueldad, de dueñidad, de necropolítica. Sin embargo, en este sexenio hay un rostro, un nombre, una investidura que recibe y administra esa deuda del Estado y no le queda de otra que ser el receptor de las demandas sociales, del llamado enérgico de poner orden en la casa, de la súplica por encontrar a nuestras desaparecidas, de ejercer la empatía con esas madres que ya lo han perdido todo, menos la dignidad y el miedo.
El alma de transgredir una “verdad simbólica” es romper con el ruido que hace el balbuceo, ese galimatías que se repite cada día frente a la violencia en la que vivimos, los y las patriarcalizadas de la costilla a la cotidianidad, que se preocupan falsamente por los muros blancos o por intervenir retratos colonizados y blanqueados por la historia oficial.
“Porfirio Díaz creó la esclavitud en México y Madero lo enfrentó y triunfó la revolución maderista. […] Luego Madero pagó con su vida, lo sacrificaron los conservadores. Entonces, el que afecta la imagen de Madero, o no conoce la historia, lo hace de manera inconsciente, o es un conservador. Así, o sea, es un proporfirista», declaró Andrés Manuel López Obrador, en su conferencia de prensa matutina del 7 de septiembre de 2020, tras la toma y pinta feminista y su movimiento okupa.
Miremos ahora el paralelismo entre Francisco I. Madero y las feministas. Madero vio una situación de desigualdad social y decidió “terminar con eso”, le ganó a Porfirio Díaz y erradicó la esclavitud, ahora le aplaudimos y lo homenajeamos cada 15 de septiembre, y todo bien. Yo le preguntaría al presidente: ¿Y usted qué cree que hacen las feministas? Si no lo sabe le cuento rápido señor presidente, las feministas observan una era entera de desigualdad social, donde no somos tratadas como personas ni como ciudadanas y hacemos nuestra revolución, puesto que ya no nos sentimos cómodas —si es que alguna vez nos sentimos— de ser las esclavas de nuestra época, entonces nos agrupamos en diversos frentes todos feministas y luchamos contra la esclavitud de nuestros cuerpos, derechos y de nuestra vida.
Ahora bien, señor presidente, sobre lo que menciona de que a Madero “lo sacrificaron los conservadores”, usted qué cree que hace descalificando la protesta, si omite la demanda y eso indirectamente —no digo, ni diré nunca que usted incita a ello— permite y avala un sacrificio en hogueras y fusilamientos mediáticos a quienes como Madero luchan por sus libertades y derechos, en lugar de ponerle atención al corazón de las demandas. Salvo que a diferencia de Madero, las colectivas que tomaron las oficinas de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en la Ciudad de México, no queremos traicionar a nadie, como él lo hizo en su momento con los zapatistas, aquellos a quienes les prometió devolverles su tierra y eso no sucedió. Contradictoriamente hermoso, ¿no lo creen?

Para ello quiero volver a citar al poeta —que por cierto le cae muy mal a usted, señor presidente, pero esa es otra historia muy interesante, por aquello de que los polos opuestos se atraen—, que dice: “Los monumentos tienen sentido si son espejo de lo que representan. En el momento en que dejan de serlo, es necesario hacerlos hablar, como lo hicieron las mujeres con la Columna de la Independencia, llenarlos de sentido, recuperarlos para la vida. Es el trabajo de la poesía». Revista Proceso, «La protesta y la poesía», Javier Sicilia, 15 de septiembre de 2019
Aunque usted no lo crea, no es la primera vez en la historia que la sociedad civil se agrupa y pone temas fundamentales en defensa de los derechos y sobre todo, con la dignidad humana en la agenda política del país con acciones performáticas que claro, le hacen ruido al orden establecido, como la misma revolución de Madero, la Independencia, el movimiento estudiantil, el Ejército Popular Revolucionario (EPR), el movimiento Cristero, el caso de los ferrocarrileros, el movimiento LGBTTTI+, el caso de Ayotzinapa, Aguas Blancas, el movimiento de Liberación Zapatista, la lucha del éxodo de las madres de Ciudad Juárez, incluso el Movimiento por la paz con justicia y dignidad, los colectivos de madres y familiares en búsqueda (20 colectivos registrados en todo el país buscando en cerros, montañas, barrancas, etc) y claro, el movimiento Feminista. Cada uno ha diseñado sus propias herramientas y discursos, y créame, éste último, el feminista, no es el primero en la historia en tomar instituciones, pintar paredes, hacer marchas y manifestaciones.
Lo que pasa es que aún no nos ven como personas, como ciudadanas, como colectivas capaces de organizarse, de crear estrategias (les gusten las formas o no, eso como en el arte queridxs lectores, la belleza habita en el ojo de quien la observa, o algo así). Para los dueños de la casa de la historia, el lugar de las mujeres no es incendiando cosas o marchando o interviniendo cuadros o divorciándose o ejerciendo su derecho a decidir o tomar el mundo si es necesario para exigir justicia por las hijas asesinadas, les molesta que no estemos en la cocina, como ese ejemplo que nos dio nuestro presidente, el pasado 8 de marzo, en la conmemoración del Día de la mujer cuando dijo: “la contribución ab-ne-ga-da de Margarita Maza de Juárez” . Y separo abnegada, pues así lo pronunció, supongo para recalcar el ejercicio de abnegación donde se supone debe estar nuestro quehacer histórico.
Pues como lo señaló en ese discurso el presidente: “imagínense lo que hizo esa mujer, que se llevó a sus hijos al extranjero para salvar, porque el presidente Juárez corría muchos riesgos y ella se hizo cargo de sus hijos, y en el extranjero se les murieron dos de sus hijos y ella tuvo que sacarlos adelante a los hijos que les quedaron”. Es decir, las mujeres no estamos para protestar o defender, estamos para parir hijos al sistema, Margarita Maza parió doce. En fin, que un buen ejercicio debería renombrar nuestros rituales patriarcales, de dueñidad y crueldad bien englobados en “Patria o muerte”, por como han señalado otras feministas “Matria, vida y libertad”.
Así que en este mes patrio sí… ¡Qué viva Madero y todos los compadres que nos “dieron patria”!, ¡qué vivan también Juana Belén, Hermilia Galindo, Elvira Carrillo Puerto, Dolores Jiménez y Muro, Margarita Neri, Leona Vicario, Esperanza Brito!, ¡y qué vivan también las luchadoras de nuestra era!, ¡qué viva Rosario Castellanos, Marcela Lagarde —con su aporte en la tipificación del feminicidio—!, ¡qué viva Coral Melo y su ley Olimpia!, ¡qué viva Irinea Buendía y su avance en la Suprema Corte de Justicia, para investigar cualquier asesinato de mujer como feminicidio y todas las que por motivo de espacio no puedo nombrar!
¡Qué viva las mujeres que dan su vida para que tengamos nosotras una vida digna y libre!, ¡qué vivan las morras que luchan!, ¡qué vivan las mujeres de las periferias!, ¡qué vivan las feministas anarcas y nativas!, ¡qué viva el feminismo zapatista y revolucionario!, ¡qué vivan las poetas y las pintoras!, ¡qué vivan las que escriben himnos para sostener la esperanza!, ¡qué vivan las infancias sanas y felices!, ¡qué viva la maternidad libre y elegida!, ¡qué vivan nuestras amigas, madres, tías, primas y hermanas!, ¡qué la Matria se transforme en un país donde ser mujer no sea herida abierta, ni sinónimo de muerte!
¡Qué se armé pues, la verdadera independencia!
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Denisse Buendía. Escritora, guionista y pintora mexicana, ganadora del Premio de Poesía Dolores Castro en 2016. Su obra poética ha sido incluida en antologías y revistas literarias nacionales e internacionales. Su obra ha sido traducida al portugués, inglés y francés. Cuenta con 5 poemarios publicados, 3 novelas gráficas, dos libros híbridos de corte feminista, entre otros.