CINISMO POLICIACO

Anécdotas y apuntes de un fotoperiodista mexicano

En entrevista para la revista Los Cínicos, Arturo Sánchez Soberanes compartió algunas de sus anécdotas como editor, fotoperiodista y reportero del periódico Metro y los motivos que lo llevaron, después de 25 años, a retirarse del periodismo. Por su lado, el autor de esta nota, agregó algunos apuntes, lecturas y reflexiones acerca del fotoperiodismo policiaco y la nota roja.

Por Eloy Linares

El fotoperiodista Arturo Sánchez Soberanes y la escritora Ivonne Reyes Chiquete. Foto: Eloy Linares.

Por la crisis económica que causó la pandemia del coronavirus, los jefes de Arturo Sánchez Soberanes dejaron de prescindir de su labor como editor del periódico Metro. El término de ese ciclo laboral también significó el fin de una carrera de 25 años, como comunicador de la fuente de seguridad. A Sánchez Soberanes, durante su experiencia como fotoperiodista de la fuente policiaca, nunca lo impresionaron los cadáveres que retrató, porque sólo eran un pedazo de carne muerta.

El 26 de agosto de 1995, al retratar a su primer cadáver, tomó las imágenes sin sobresaltarse porque, durante su niñez, acostumbraba leer la sección policiaca del diario El Ovaciones. De aquel suceso recuerda que fotografió a la víctima de un homicidio, pero las imágenes que llevó a la sala de redacción carecían de valor periodístico porque no llegó cuando los agentes del Ministerio Público realizaban, en la alcaldía Azcapotzalco, el levantamiento de un cadáver que estaba en el interior de una cajuela. Al estar consciente de que sus fotografías no las iban a publicar, decidió realizar un trabajo que documentara un cuerpo sin vida en una morgue.

I. Gajes del oficio

El chacharero José Guadalupe Cruz Ochoa llora luego de que policías le robaron un reloj y 90 pesos que traía en su cartera durante una razzia y cateo extrajudicial (les decían «operativos») en la colonia Doctores durante la militarización de la Policía del DF a cargo del General Enrique Salgado Cordero, 1997. Foto: Arturo Sánchez Soberanes.

En su experiencia como fotoperiodista, las lesiones y el intento de homicidio que sufrió Sandra N. por sus compañeros de secundaria, el 14 de febrero de 1998, en la ahora alcaldía Iztapalapa, fue uno de los casos que lo marcaron porque la víctima y los victimarios eran niños. En una nota periodística informó que el ex novio de la chica ­-junto con un amigo-, intentaron asustarla porque nunca creía las historias que le contaban. Para llevar a cabo su plan, la invitaron a un convivio por el Día del Amor y la Amistad en el Cerro de Tres Cruces, lugar en donde escondieron unos machetes que compraron unos días antes. Al estar en las minas de arena, ella empujó a uno de sus compañeros, acción que causó el enojo de sus agresores, quienes la hirieron con los machetes.

Cuando vieron que se les “pasó la mano”, con la ayuda de otro adolescente, sepultaron el cuerpo. Dos días después, elementos de la policía del Sector 06 de Iztapalapa la encontraron inconsciente en el lugar en donde sus victimarios la enterraron. De entre la tierra, el rostro de la adolescente sobresalía. Cuando los agentes de la seguridad pública liberaron su cuerpo, observaron que la joven tenía la mano derecha semi mutilada y también heridas en diferentes partes del cuerpo. El mismo día que la encontraron, agentes de la Policía Judicial y Preventiva detuvieron a los agresores. El arresto de los jóvenes ocurrió cuando, después de irse “de pinta”, regresaron a la Secundaria 306 Manuel Acuña para pasar lista.

Ante la posibilidad de poder acercarse a los adolescentes que agredieron a Sandra N., el fotoperiodista llegó a las galeras en donde estaban detenidos los estudiantes de secundaria, escena que lo impactó. Sin embargo, él piensa que tuvo la fortuna de vivir el último momento del periodismo mexicano en donde, como reportero y periodista gráfico, podía hablar con las personas que las autoridades arrestaban y entrar al lugar de los hechos. “Obviamente, yo siempre fui muy respetuoso. No tocaba ni movía absolutamente nada, pero si me interesaba estar lo más cerca posible para verlo y documentarlo (…) si tu entrabas con los policías preventivos, que eran los primeros respondientes, podías tomar las fotos y, normalmente, no te decían nada, incluso hasta te abrían la puerta, pero digamos que había mucho descuido y desaseo en no conservar la escena del crimen, los elementos, los indicios y todo eso. Me parece muy correcto que, a favor de la investigación del proceso, ahora se cuide mucho ese aspecto”, explicó el fotoperiodista.

Un cuerpo sin vida

Rubelio Fernández (1964-2008), fotografiado por Arturo Sánchez Soberanes su amigo y mentor, mejor conocido como El Oso, se prepara para salir a cobertura desde la “Base ERUM”, en Tlaxcoaque, 1997.

Un día del año de 1999, Arturo Sánchez estaba en el patio de un hotel del barrio de La Merced, mientras fotografiaba el cadáver de una adolescente que, al parecer, cayó demanera accidental por una ventana y, de pronto, observó a un sujeto que contemplaba el cuerpo sin vida.

Al mirar esa escena, desde una distancia prudente, tomó un par de fotografías porque, ese momento emotivo, le daba otro valor a las imágenes que, minutos antes, capturó del cadáver. “Son esas decisiones que debes tomar, yo decidí tomar la fotografía, pero me arriesgué a que la familia estuviera en desacuerdo y me agrediera por ese motivo. A muchos de mis compañeros los agredieron y golpearon por estar en situaciones similares, a mí nunca me ocurrió porque, como te digo, pecaba de prudente, para mí lo primero era el sentido común. En cambio, tenía muchos amigos, colegas, que eran muy aguerridos, muy temerarios, muy admirables, porque estaban en la línea de batalla, que no sólo sufrieron agresiones por familiares de víctimas, de policías o de delincuentes”, destacó.

Para el fotoperiodista, un reportero de la fuente policiaca enfrenta un mayor riesgo, encomparación a los comunicadores de deportes o espectáculos, pero enfatizó que quienes informan sobre esos tipos de sucesos, lo hacen porque les gusta, a pesar del peligro al que se exponen. Sobre este tipo de riesgos recordó los ataques que sufrió su amigo y compañero de trabajo Rubelio Fernández (1964-2008), quien siempre estaba en la primera línea de los acontecimientos para llegar a la sala de redacción con las fotografías de portada. “Eso le costó que una vez le rompieran la cabeza cuando lo golpearon con un polín en un enfrentamiento con comerciantes y granaderos, o que, en otra ocasión, en un intento de linchamiento, en un pueblo lejano, le rompieran la tibia y el peroné. A otros compañeros reporteros, en una pelea, les rompieron el equipo fotográfico, les escupieron en la cara, les patearon los huevos, ese tipo de cosas sucedían, son los gajes del oficio, yo no sé si algunos se pudieron evitar, tal vez sí, tal vez no, no los juzgo”, señaló.

De aquellos “gajes del oficio”, recordó que la única agresión que sufrió, en 25 años como comunicador, fue cuando retrató a unos policías que golpeaban a una persona en el suelo y segundos después, uno de los granaderos le pegó con el escudo. “Pretendían que no fotografiara como entre 20 granaderos, estaban tundiendo a un civil inocente, ahí en el suelo, pero no lo consiguieron porque ya había tomado la foto. Yo pensé que me iban a quitar el rollo, pero en ese momento, cuando me golpea el granadero, lo que yo hice fue retirarme y quitarle el rollo a la cámara e inmediatamente sacárselo y cambiárselo. Si me pedían que les entregará el rollo, pues les iba a dar el virgen”, explicó

Recurso típico del político

A Arturo Sánchez Soberanes le parece infantil y cómodo cuando los políticos evaden su responsabilidad en temas de seguridad pública, para culpar a la prensa por enaltecer a criminales. En base a su experiencia como reportero de la fuente policiaca recordó que, desde el gobierno de Ernesto Zedillo, se pronunció un discurso para desviar la atención del gobierno y para culpar a los medios de comunicación por la criminalidad. “Entiendo que hay mucha deshonestidad y mentira en muchos medios, es cierto, hay muchos intereses, no hay ética (…) Claro, lo reconozco, existen malas prácticas, pero eso de hacer apología de la violencia, no es verdad”, sentenció.

“En mi casa siempre hubo cámaras fotográficas», explica el fotoperiodista. «De hecho, yo tengo una colección decámaras antiguas que pertenecieron a mi familia y las sigo conservando. Con algunas de esas cámaras empecé a documentar cosas tan simples como las excursiones escolares o las fiestas con mis amigos y de ahí pasé a documentar los choques y los accidentes que ocurrían en donde yo vivía, en Patriotismo y Viaducto Miguel Alemán, uno de los cruceros más conflictivos de la ciudad y en donde siempre había choques de toda magnitud». Sin importar que fuera de madrugada, se me salía a tomar fotos de esos incidentes. Lo hacía por costumbre y por pasatiempo. Además, tenía la lectura de El Ovaciones. Cree quede ahí se remonta su interés por la nota policíaca.

ELOY LINARES

Por esa postura en contra de la prensa, el fotoperiodista explicó que la información debe de existir porque, aunque incomode a la clase política, mientras se mantenga una diversidad de medios de comunicación, el ciudadano va tener una mayor libertad para analizar su entorno social y político. Detalló que: “En los regímenes donde hay censura o la prensa está controlada, (…) generalmente corresponde a estados totalitarios o dictaduras. Ve lo que está pasando en Centro América, por ejemplo, Nicaragua y Salvador son los países del continente americano más asediados, reprimidos, censurados y acosados por las autoridades”. Además explicó que la Constitución garantiza en sus artículos sexto y séptimo el derecho humano a la información, aunque en la práctica, desde hace tiempo, los comunicadores padecen acoso, amenazas y asesinatos.

Sismo de 1985, catástofre imposible de describir

Cuando se suspendieron las clases por el sismo, Suárez Soberanes decidió recorrer las zonas del desastre. Al observar los edificios que se derrumbaron en las colonias Roma y la Condesa, así como en Reforma y en el Centro de la Ciudad de México, lamentó la ausencia de su cámara fotográfica, porque la catástrofe que atestiguó le es imposible describir. Las montañas de cadáveres amontonados, algunos envueltos en unas sábanas, los restos humanos que estaban dentro de unas bolsas, los bloques de hielo que cubrían los cuerpos sin vida para tratar de evitar su proceso de putrefacción, la desesperación de las personas que buscaban a sus familiares en la morgue improvisada en que se convirtió el Parque Delta, es una de las escenas del terremoto del 19 de septiembre de 1985 que Arturo Sánchez jamás olvidará. Después de observar que los policías, los bomberos y los paramédicos, eran incapaces de responder a los reportes de auxilio de la ciudadanía y de mirar los actos de solidaridad de población, a Arturo Sánchez le surgió un interés por el periodismo social.

II. Literarura y periodismo policiaco:
¿por qué odio a la policía?

Detención de un comerciante durante una manifestación en la Central de Abasto, Iztapalapa, 1999. Foto: Arturo Sánchez Soberanes.

“¿Por qué odio a la policía?” es la pregunta que Arturo Sánchez usó para titular la escena en donde, durante un cateo extrajudicial en la colonia Doctores, elementos de la policía militarizada le robaron un reloj y 90 pesos a un chacharero. Cuenta que en aquella ocasión, seguía al contingente de policías cuando observó que un señor lloraba y se acercó al ropavejero. Al escuchar su relato, se indignó y le dio una parte del dinero que llevaba en su cartera. “Eso era absurdo, cómo pretendía la policía recuperar la imagen positiva que ya había perdido con ese tipo de actos. Cuando el general Enrique Salgado Cordero tomó el control de la policía, uno de sus objetivos era recuperar la confianza de la ciudadanía. Bueno, pues no lo lograron. Buscaban una cosa y consiguieron otra, fue muy estúpido,” enfatizó.

A parte del abuso policial que sufrió un chacharero, recuerda que en esa época, en la colonia Buenos Aires, vecindario en la Ciudad de México que se caracteriza por ser una zona en donde se comercializan autopartes robadas, la policía intentó bajar los índices delictivos con un alarde de fuerza. Señaló: «Les llamaban operativos, ¡mangos!, eran razzias porque levantaban a todo el mundo independientemente de que fuera culpable o inocente. Nunca eran culpables, siempre acaban saliendo. El Ministerio Público tenía que liberar a todos los detenidos, llenaban autobuses y vagonetas. Nadie se quedaba detenido porque no había pruebas, no había órdenes, eran actos solamente para aterrorizar».

“El caso Buenos Aires”

Arturo Sánchez Soberanes está seguro que la militarización de las policías no es un sinónimo de pacificación, porque durante el tiempo del gobierno de Ernesto Zedillo, la estructura de la seguridad pública del entonces Distrito Federal estuvo bajo responsabilidaddel ejército. En 1997, “el caso Buenos Aires” fue uno de los sucesos que cubrió como reportero del periódico Metro, aquel acontecimiento significó un cuestionamiento por parte de la opinión pública, sobre los abusos de autoridad que cometieron elementos de la policía, cuando secuestraron a seis jóvenes y, días después, aparecieron ejecutados en distintos puntos de la Ciudad de México. “No digo que con los policías de carrera hubiera sido mejor, porque (…) en los gobiernos priistas siempre habían mantenido a generales o ex militares como cabezas de la policía capitalina, no era nuevo, lo nuevo fue que toda la estructura y todos los principales mandos de la secretaría fueron reemplazados por militares”, abundó.

Sobre aquel proyecto de militarización, recordó que inició en la delegación Iztapalapa, sustituyeron a los jefes policiacos por generales y después de unos “cursos de actualización”, a los militares los sacaron a las calles. “Los soldados empezaron hacer funciones de tránsito y de seguridad pública, una cosa muy absurda porque realizaban tareas para las que no estaban preparados”. Por la militarización de la seguridad pública, expresó que, antes de regresar auna administración civil, la Asamblea Capitalina recibió críticas de grupos a favor de los derechos humanos que manifestaron una postura en contra de los cateos, sin una orden, y por las detenciones y ejecuciones extrajudiciales que los medios de comunicación documentaron.

Enfatizó que: “Los operativos eran películescos porque, lo que querían los mandos militares era causar impacto psicológico y visual, en colonias que ellos habían detectado que eran de alto índice delictivo. Ahí mandaban los operativos, causaban terror. Les decían “’operativos’”. Bueno, eran acciones para aterrorizar, en realidad era eso, no era otra cosa y también causar mucho impacto en los medios de comunicación”. Sin embargo, continuó explicando que a pesar de los “operativos”, los índices delictivos se mantuvieron al alza y la ciudadanía terminó odiando a los militares porque, por ejemplo, algunos soldados rasos, carecían del entrenamiento para manejar unapistola automática nueve milímetros, que es la reglamentaria.

La escena más hermosa

¿Existen fotos agradables de cadáveres? Al inicio de la novela Malasangre, el periodista y escritor Diego Petersen Farah describe a Adalberto Zaragoza, un reportero de nota policiaca, en el momento en que retrata la escena más hermosa de su carrera como comunicador. Mientras tomaba las fotografías sintió emoción por estar enfrente del cadáver desnudo de una mujer, de entre 30 y 40 años, que era iluminado por la luz del atardecer.

En la novela El extranjero de Albert Camus, su personaje principal, Meursault, recuerda que le causó repugnancia enterarse que su papá asistió a la ejecución de un asesino, quien se la pasó parte de la tarde vomitando. Durante sus 50 años como fotoperiodista de la nota policíaca, a Enrique Metinides nunca dejo de sorprenderle los sujetos que se acercaban a observar a las personas que perecieron por un accidente. Debido a su fascinación por las desgracias ajenas, a este tipo de individuos los bautizó como “mirones”. En el número 15 de la revista Replicante, el dramaturgo Noé Morales Muñoz explicó quelas fotografías de Arthur Fellig, “Weegee” y de Enrique Metinides, son atractivas porque muestran la fragilidad de la existencia y el fin de todas las posibilidades de una vida que quedó trunca por el azar.

Al pedirle a Arturo Sánchez su opinión sobre sus fotografías en donde un grupo de personas contemplan la escena de un cuerpo sin vida, explicó que, desde su punto de vista, quienes miraban los cadáveres se reflejaban así mismos porque, en algún momento, estaremos en su lugar. “En cambio, muchos de los niños que aparecen en esas fotografías están jugando, riéndose, pero es porque su mente infantil no es consciente del concepto de la muerte y para ellos es más importante jugar, bromear, divertirse, eso es lo que te puedo decir de un análisis rápido”, reflexionó.

Malasangre y una taza de cereal Lucky Charms

“Sábado Distrito Federal”. Familias de la colonia Corpus Cristi en Álvaro Obregón se reúnen a mirar el cadáver de un albañil que cayó de una marquesina, 1996. Foto: Arturo Sánchez Soberanes.

¿A los millennials les gusta leer la nota policiaca, mientras desayunan una tasa de cereal Lucky Charms en una tienda pet friendly? ¿Cuál será su opinión sobre el nuevo tipo de violencia que comunican los reporteros de la fuente de seguridad? Sobre la violencia por ajuste de cuentas entre el crimen organizado, Arturo Sánchez piensa que a la gente le causa temor enterarse de casos en donde un sujeto perdió la vida, porque lo secuestraron, ejecutaron, decapitaron, descuartizaron o “pozolearon”.

“Voy a especular», subraya, «pero a mí me parece que a la gente le atemoriza saber que el crimen organizado y su estructura que tiene tanto poder, como de correr a convoyes de militares en Michoacán o de matar a candidatos para imponer los suyos en las elecciones (…) a diferencia de las otras historias que, digamos, son delitos de fuero común o más cotidianos, que ocurren todo el tiempo, pero no lo sé, es una especulación”. En la novela Malasangre, el director de un semanario de sucesos llegó a la conclusión de que, mientras redactaba la nota periodística de “La muerte más bella”, en la actualidad, las ejecuciones a causa del narcotráfico eliminaron el morbo que atraía al lector de los tabloides.

Crímenes pasionales y ataques del narco

En la actualidad existen diferentes colectivas feministas que alzan la voz para exigir justicia, por la violencia que padecen las mujeres. En base a los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad (SESNSP), de enero a junio del presente año ocurrieron 493 feminicidios. Sobre esta problemática, Arturo Sánchez explicó que, hasta hace unos años, el tema de los feminicidios comenzó a tratarse como un problema de género, porque antes se consideraban crímenes pasionales, los reporteros los abordaban con enfoques machistas y tampoco existía un conteo de mujeres asesinadas.

En relación al tema del narcotráfico, dijo que al adoptar una mentalidad empresarial y global, personajes como Ernesto Fonseca y Caro Quintero dejaron de dar nota por su capacidad para evadir a las autoridades. Recordó que «en los años 90, sí había ejecuciones en la ciudad de México relacionadas con el narcotráfico, pero eran agentes federales, ministeriales o delincuentes que trabajan enlugares como Tijuana, Ciudad Juárez o Culiacán y, por algún motivo, pasaban por la Ciudad de México y aquí los asesinaban. También a abogados que llevaban un caso federallos llegaban a matar, sí llegaba a suceder, pero eran raros”.

De acuerdo con Arturo Sánchez, el ataque que sufrió Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, a finales de 1993, en el restaurante Bali Hai, evidenció que en la Ciudad de México existía la presencia del narcotráfico. A parte de los grupos delictivos que se dedican al contrabando de sustancias ilícitas, explicó que, en los años noventa, en la capital del país, fueron populares los casos de bandas que se dedicaban a robar bancos, asaltar taxistas y a violar mujeres. Algunos de los integrantes de este tipo de agrupación criminal fueron escoltas del entonces subprocurador de la República, Javier Coello Trejo.

Sentido común y víctimas de violencia

A partir de este siglo, en México se comenzó a hablar sobre las necesidades de implementar protocolos de protección para los reporteros. Aunque estas medidas tienen la intención de impedir que los comunicadores sean víctimas de actos de violencia, Arturo Sánchez piensa que son insuficientes porque los informadores tienen salarios bajos y trabajan sin prestaciones laborales. Sobre su experiencia como comunicador de la fuente policiaca, explicó que aprendió a usar el sentido común porque, ante la presencia del crimen organizado, existía información que se debía publicar de manera fría y sin recurrir al doble sentido o al calo popular.

Libro del escritor Sergio González Rodríguez, por el que fue agredido gravemente y amenazado en un taxi de la Ciudad de México.

“En un tabloide como Metro que utilizaba mucho el doble sentido, el lenguaje popular, el calo como le quieras llamar, el albur incluso, todo lo que ya conoces, cuando se trataba de crímenes de alto impacto, ahí tenías que hacer un alto en el camino y preguntarte dos veces si podías hacer mofa de una situación o tenías que presentarla de manera fría y cruda”, recordó Arturo Sánchez. Además del peligro al que están expuestos los comunicadores por la presencia del crimen organizado, subrayó que a algunos de sus compañeros sufrieron secuestros exprés y agresiones físicas cuando informaron sobre temas empresariales, políticos o sindicales.

Esto me trajo a la memoriao que en agosto de 1999, al periodista Sergio González Rodríguez lo tuvieron que operar de emergencia por un derrame sanguíneo en el cerebro. Dos meses antes, al abordar un taxi en la colonia Condesa, el escritor fue víctima de un acto de violencia que puso en riesgo su vida. Cuando el vehículo iba rumbo a su casa, el conductor se detuvo para que subieran dos sujetos que, mientras lo golpeaban, lo amenazaron con asesinarlo. En el libro Huesos en el desierto, Sergio González explicó que la agresión formó parte de otras intimidaciones que recibió cuando realizó una serie de reportajes sobre los feminicidios que ocurrieron en la década de los noventa del siglo anterior, en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Corrupción y periodistas carroñeros

La corrupción se encuentra en todos los ámbitos de la sociedad. Arturo Sánchez, durante sus 25 años como colaborador del periódico Metro, se enteró de casos en donde los reporteros negociaban la información que les proporcionaban sus fuentes para obtener un beneficio. Advierte que hay una relación simbiótica histórica de reporteros, periodistas, fotógrafos, camarógrafos que han estado incluso en nóminas de dependencias de gobierno, que han sido cooptados de manera histórica institucional. Entre las malas prácticas afirmó que algunos reporteros, cuando se enteraban de un caso de corrupción que involucraba a un mando policiaco, en lugar de hablar con su editor para que tomarán una decisión sobre la maneraen cómo abordarían el tema, buscaban al servidor público para llegar a un acuerdo económico. En relación a estás malas prácticas, también existían comandantes que daban regalos a los reporteros y fotógrafos, cuando los mencionaban en los operativos que encabezaban para detener a un presunto delincuente.

“Muchos reporteros como una fuente alterna de ingresos, en vez de publicar información cuando la tenían, la negociaban con las fuentes y eso es totalmente deshonesto, antiprofesional. No es ético, negociar con la fuente, no publicar cierta información para obtener privilegios o publicar cierta información gracias a que te están regalando un viaje, un auto, porque te dieron boletos para un concierto de los que ya se terminaron hace mucho tiempo”, abundó.

Vuevo a la novela Malasangre, en la que el personaje Adalberto Zaragoza, “el viejo periodista carroñero”, conseguía ingresos extras, a parte de las ganancias que obtenía por la venta de su tabloide, cuando a los padres de niños ricos los chantajeaba con publicar fotografías comprometedoras de sus hijos, imágenes que conseguía de un comandante del Ministerio Público. Por cierto, para la hija de “el viejo periodista carroñero”, Adalberto Zaragoza, éste era una persona incapaz de entender temas sobre diversidad sexual, debido a su educación sólo distinguía tres tipos de géneros sexuales: mujeres, hombres y putos.

Nuevos discursos para informar sobre crimenes de odio

En los últimos años, las demandas de las colectivas feministas, de grupos de la diversidad sexual y de organizaciones en favor de los derechos humanos, influyeron en la nueva agenda de los medios de comunicación y en el tipo de capacitación que reciben elementos de la seguridad pública. De acuerdo con Arturo Sánchez, en México, los tabloides dejaron de estigmatizar a la comunidad LGBTIQ+, porque los nuevos tiempos exigen a los reporteros sensibilidad para informar crímenes de odio. “En la actualidad, si quieres sobrevivir como periodista, debes de aprender los nuevos lenguajes, se llame el lenguaje inclusivo, conocer el significado de la sigla LGBTIQ+ (lesbianas, gay, bisexual, transgénero, transexual, intersexual y queer) y tomar talleres de género”, advirtió.

Portadas que escurren sangre

“Hay pan… de muerto”. El albañil Erick Fabián García Merino fue asesinado de tres balazos, por la mañana, cuando salía de su casa en Cuautepec, delegación Gustavo A. Madero. El homicidio ocurrió frente al vendedor de pan del barrio, quien prefirió abandonar sus canastas antes que dar explicaciones a la Policía. 1999. Foto: Arturo Sánchez Soberanes.

Me pregunto: «¿Cuál es la tarjeta de presentación de los mexicanos en el exterior? ¿Los usos y costumbres indígenas que someten a la mujer y sus atuendos de manta que estudiantes de diseño demodas resignifican? ¿Las portadas que ilustran periódicos como El Gráfico, Pásala o La Prensa?» En el número tres de la revista Umělec, la periodista cultural, Marisol Rodríguez se hizo preguntas similares para confrontar la peor parte de la identidad mexicana. En su reflexión “Sangre” explicó que es normal encontrar en galerías de arte exhibiciones artificiales sobre la violencia, pero es políticamente incorrecto realizar exposiciones del acervo fotográfico del periódico La Prensa.

“Es inevitable para la que escribe, quien vive en la Ciudad de México, pensar en Warhol cuando cada mañana se encuentra con las primeras planas de los periódicos que casi escurren sangre al presentar al menos a un ejecutado, un decapitado o tal vez, como en elperiódico de ayer, fotografías de un niño muerto a golpes y mordidas por su madre adolescente”, escribió Rodríguez.

Ivonne y Arturo, fanáticos de la nota policiaca

En la crónica “Coger es cultura”, la escritora Ivonne Reyes Chiquete recordó que, cuando conoció a Arturo Sánchez Soberanes, le agradó observar su colección de obras de Stephen King, sus revistas Playboy, sus compilaciones de nota roja y asesinos seriales. En aquella época, ambos eran estudiantes de la licenciatura de Comunicación y comenzaron a coleccionar una revista española que se llamó Sumario del Crimen. En su búsqueda por adquirir más ejemplares, lograron contactar a una señora con su mismo gusto por la nota policiaca. “Sí me pidieran describir a un fanático de nota roja», escribió Ivonne Reyes, «jamás vendría a mi mente aquella señora con permanente, chanclas y delantal de tela de mascota y encajes”. Años después, cuando Arturo inició a trabajar como reportero de la nota policiaca, comenzó a coleccionar objetos para su “Museo del Horror”, entre los artículos que llegó a obtener se encuentra una sombrilla y un suéter del poeta caníbal José Luis Calva Zepeda, piezas que, con el paso de los años, decidió regalarlas porque pensó que no tenía sentido resguardar las pertenencias de un asesino.

III. Gusto por la nota policiaca

1. “Mira, no sé, a mí desde muy chico me encantaba leer las portadas de los periódicos en los puestos. Mi papá era asiduo lector de El Ovaciones segunda edición, que hace años dejó de existir. El Ovaciones era buen periódico, setentero y, obviamente, después de que lo leía mi papá, yo lo tomaba. A mí me interesaba, sobre todo, la portada y la última página, que es en donde estaba la sección policiaca, había un reportero que, además de escribir las notas tomaba las fotografías, se llamaba, o no sé si se llama, porque no sé si vive aún, Carlos Medellín”.

«Le habla mi general». Cateo extrajudicial y razzia en una vecindad de la colonia Anáhuac durante la militarización de la Policía del DF a cargo del General Enrique Salgado Cordero. 1997. No importaba que los supuestos criminales estuvieran dormidos o medio desnudos, así los sacaban a la calle. Foto: Arturp Sánchez Soberanes.

2. “A mí me maravillaba leer las notas y ver las fotografías de Carlos Medellín, el reportero insignia de la sección policiaca de El Ovaciones segunda edición. Entonces, yo dije, algúndía voy a ser como Carlos Medellín”.

3. “En mi casa siempre hubo cámaras fotográficas. De hecho, yo tengo una colección decámaras antiguas que pertenecieron a mi familia y las sigo conservando. Con algunas de esas cámaras empecé a documentar cosas tan simples como las excursiones escolares o las fiestas con mis amigos y de ahí pasé a documentar los choques y los accidentes que ocurrían en donde yo vivía, en Patriotismo y Viaducto Miguel Alemán, uno de los cruceros más conflictivos de la ciudad y en donde siempre había choques de toda magnitud. Sin importar que fuera de madrugada, me salía a tomar fotos de esos incidentes. Lo hacía por costumbre y por pasatiempo. Además, tenía la lectura de El Ovaciones. Creo quede ahí se remonta mi interés por la nota policíaca».

4. “También tiene que ver un hecho que ocurrió en mi familia, en 1977, un tío muy querido, hermano de mi mamá, fue asesinado afuera de su casa en San Juan de Aragón, nunca se supo el móvil, pero a mí me impactó mucho esa historia. A través de mi tío más querido,fue la primera vez que sentí de cerca la violencia homicida. Yo tenía siete años, cuando eso sucedió. Sobre eso pensé mucho tiempo, lo sigo pensando todavía. Siempre que veo a mifamilia les hago preguntas para tratar de buscar información (…) ya tenía muy claro quequería dedicarme a alguna actividad relacionada con la criminalística (…) No quería ser policía de crucero, quería ser un policía investigador. En los años setentas, crecí con “StarskyHutch”, “Kojak”, “Las calles de San Francisco”, “Baretta”, “Quincy”, “Emergencia”, series policiacas gringas que se doblaban y que se transmitían en México”.

5. “Mi hermano mayor estudió Medicina. Cuando tenía 13 o 14 años me metía a sus clases en el Servicio Médico Forense. (…) Ahí conocí de la A a la Z el proceso de las necropsias y me maravilló. Ahí olí por primera vez lo que huelen los cadáveres, tanto frescos como pútridos. Tienen olores muy característicos. Además, conocí las historias de cada una de las personas muertas que estaban en ese lugar».

Arturo Suárez recordó el caso de una joven muerta, que calcula que tenía entre 18 o 20 años. Su nombre era Aida Aidé Garduño y detalla, que además fue el personaje central de la clase de ese sábado, ya que ella se había dado un balazo en la cabeza y estaba embarazada. Tiene esa fotografía en su cabeza de cuando le abrieron el vientre esa chica y le sacaron al bebé muerto, «recuerdo perfectamente bien esa historia”, asume.

IV. Fin de un ciclo

«Despedida». Un hombre observa el cadáver de su sobrina en el patio de un hotel de paso en el barrio de La Merced, 1999. El señor estuvo en la misma posición unos 10 minutos, en silencio, tan absorto que no reparó en mi presencia. Traté de ser respetuoso, por eso usé un zoom 28-70mm. Foto: Arturo Sánchez Soberanes.

A finales de los años noventa, Arturo Sánchez solicitó su renuncia al periódico Metro porque, después de cinco años de trabajar los siete días de la semana, de hacer guardias, cubrir horas extras y sin vacaciones, acabó en un hospital por sufrir estrés laboral. “Los periodistas han descuidado mucho su bienestar físico y emocional, se romantizó el hecho de fumar, beber, no comer, no dormir, no tomar vacaciones, trabajar en fines de semana, horas extras que no te pagan, todo eso se romantizó”, declaró.

Además, con el paso de los años, comenzó a tener un desencanto por el periodismo cuando observaba las malas condiciones laborales de sus compañeros y la violencia que sufren por ejercer su profesión. Su desilusión se atenuó al tener que mirar, por cuestiones de trabajo, los primeros vídeos de decapitación que el crimen organizado difundió por internet. “Eso te quita año de vida, te aniquila emocionalmente. Llegué a la conclusión de que tiene una psicopatía quien no se sienta así».

«En los últimos años dejé de ver esos videos, leía las notas y miraba las capturas, pero ya no aguantaba los videos completos porque era emocionalmente desgastante. En esos años comencé a enterarme de que mis colegas empezaban a tener caídas depresivas. Hubo colegas que tenían problemas familiares y encima tenían toda esta hostilidad en su trabajo diario que tuvieron que recibir terapia y atención psiquiátrica urgente”, concluyó Sánchez.

C

Eloy Linares: «Estudié Ciencias Políticas en la BUAP. Me agrada escuchar música».